Cuando el suicidio era honorable: la historia del harakiri japonés

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El 25 de noviembre de 1970, el famoso escritor japonés Yukio Mishima envió a su editor la última parte de la que habría de ser su última obra en vida: El mar de la fertilidad. Después, junto a otros compañeros de la milicia Tatenokai, a la que pertenecía desde hacía tres años, visitaron el cuartel general en Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa, con el pretexto de que querían hacer una visita al comandante. Dentro, cercaron con barricadas el despacho y ataron al comandante. A continuación, Mishima salió al balcón para dirigirse a los soldados que se reunían abajo y les dio un discurso que pretendía inspirarlos para que dieran un golpe de Estado y restituyeran el poder del emperador. Al no ser capaz de hacerse oír, regresó a la oficina del comandante y llevó a cabo su seppuku, lo que en Occidente conocemos mejor como harakiri (hara de vientre, kiri de kirimasu, cortar).

Foto: El novelista Yukio Mishima dando un discurso antes de suicidarse. EFE

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Aunque Mishima fue una de las últimas personas en llevar a cabo este suicidio por desentrañamiento, en realidad el ritual formaba parte del bushidō, el código ético de los samuráis. Estos lo realizaban de forma voluntaria, para morir con honor cuando estaban a punto de caer en manos del enemigo y ser torturados. Pero también se estableció como pena capital para aquellos japoneses que habían cometido serias ofensas y solía ser ordenado por el señor feudal. En estos casos, los condenados tampoco vacilaban mucho en hacerlo, porque de lo contrario su familia heredaba su deshonor, lo que se traducía en que era despojada de su patrimonio y perdía la pertenencia a la casta samurái, lo que en muchos casos era lo mismo que acabar muriendo de hambre.

Otros samuráis optaban por quitarse la vida arrojándose a las aguas con armadura o tirándose de su caballo con una espada en la boca

Al fin y al cabo, Yamamoto Tsumemoto ya lo decía en su Código del samurái: “El camino del samurái es la muerte“. Era deber de todos ellos suicidarse antes de aceptar la rendición, lo que significaba que además del harakiri había en Japón otras prácticas para huir y enfrentar la muerte con honor: lanzarse a las aguas con la armadura puesta con el propósito claro de ahogarse, o tirarse del caballo en marcha y con la espada en la boca. Pero el seppuku o harakiri fue la práctica más común de todas, con el primer caso documentado hacia el siglo XII. Se aplicó hasta el final de la época de los samuráis, en 1871. Era extremadamente doloroso, pero eso lejos de alejar a los samuráis los invitaba a llevarlo a cabo, pues se veía como la mayor muestra de coraje posible.

“El camino del samurái es la muerte”

El ritual del seppuku, en muchas ocasiones, tenía un intrincado proceso: primero se debía beber sake y se componía un poema de despedida que se escribía en el dorso del abanico de guerra. Después, debía ponerse de rodillas en la posición conocida como seiza, se abría el kimono, que era blanco como el de los cadáveres, se metía las mangas debajo de las rodillas para que el cuerpo no cayese de manera “indecorosa”, envolvía la hoja de su daga en papel de arroz y se la clavaba en el abdomen haciendo un corte horizontal, comenzando por el lado izquierdo hacia la derecha y después terminando con un corte vertical hasta el esternón. Aunque algunas mujeres también se hicieron el harakiri, en sus casos se le llamaba simplemente suicidio, y en lugar de clavarse la daga en el abdomen se rajaba la garganta, seccionándose la arteria carótida.

Primero bebía sake, componía un poema de despedida y después se hacía un corte horizontal en el abdomen

El samurái, sin embargo, no moría instantáneamente, sino que sufría una agonía de varias horas bastante desagradable y macabra. Por ello, quizá, en muchas ocasiones se ponía a su disposición un ayudante que debía permanecer de pie a su lado y decapitarlo con determinación en el momento más apropiado. En el caso de Mishima, asignó a Masakatsu Morita, otro miembro de la Tatenokai, para que lo decapitase. Pero Morita no había entrenado nunca con la espada, por lo que realizó varios intentos fallidos y no fue capaz de terminar la tarea, así que terminó cediendo su puesto a otro de los miembros, Hiroyasu Koga. Koga terminó el trabajo con Mishima y, después, también decapitó a Morita, que a su vez había llevado a cabo su propio seppuku debido a la vergüenza de no haber podido cumplir su tarea con Mishima. Un desastre en toda regla.

placeholder El regreso de los rōnin, por Utagawa Hiroshige.
El regreso de los rōnin, por Utagawa Hiroshige.

Una de las historias más famosas, referentes al harakiri, es la de los 47 rōnin, un evento histórico semilegendario del Japón antiguo, del que no hay muchas dudas de que realmente es auténtico, aunque en la actualidad está considerado una leyenda nacional en el país por lo famoso que se hizo. Sucedió aproximadamente en 1701 y ejemplifica a la perfección el código de honor samurái.

Las mujeres también lo practicaban, pero en su lugar en vez del abdomen se rajaban la garganta

La leyenda es así: un grupo de samuráis se ven obligados a convertirse en rōnin (samurái sin señor), después de que su señor deudal se vea obligado a su vez a cometer seppuku por haber agredido a un alto funcionario del gobierno. Con la muerte de su señor, los vasallos deciden vengarlo y asesinar al alto funcionario. Esperan un año y medio y, el día acordado, acuden solo 47 samuráis de todo el clan, asaltan la casa del funcionario, lo asesinan y llevan su cabeza al templo Sengaku, donde está enterrado su señor. Después se entregan a las autoridades y son sentenciados a cometer seppuku. Además de haberse llevado al cine, hoy en día se pueden visitar las tumbas de Asano (el señor feudal) y los 47 rōnin en el templo Sengaku en Tokio, donde los japoneses siguen venerando su memoria.

El seppuku ha marcado irremediablemente la historia posterior de Japón. Durante la Segunda Guerra Mundial, los pilotos kamikazes, la mayoría de ellos jóvenes estudiantes ultranacionalistas dispuestos a morir por su país y su emperador, se inspiraron en el código de honor de los samuráis para afrontar su muerte con dignidad. Ellos también seguían su propio ritual que los preparaba hasta la muerte, y al final de la contienda hasta 4.000 japoneses se habían sacrificado por la causa. “Me han regalado la fantástica oportunidad de morir”, escribía Isao Matsuo, uno de aquellos pilotos. “Este es mi último día, caeré como la flor de un cerezo”.

Un kamikaze durante la guerra: “Me han regalado la fantástica oportunidad de morir, este es mi último día, caeré como la flor de un cerezo”

El seppuku fue oficialmente prohibido en 1873, pero su práctica no ha desaparecido por completo y muchas personas lo han realizado voluntariamente desde entonces. Aunque Mishima es el más famoso de todos ellos, no hay que olvidar algunos casos como el de 1895, cuando varios militares lo efectuaron como protesta por la devolución de un territorio conquistado a China. Muchos soldados también prefirieron morir a aceptar la rendición tras la Segunda Guerra Mundial. El judoka Isao Inokuma, que participó en los Juegos Olímpicos en el 65, también eligió este camino en 2001 con 63 años, convirtiéndose en la última persona registrada en llevar a cabo este suicidio. Incluso hay un occidental en la lista: el escritor italiano Emilio Salgari, en 1911, después de que su esposa fuera ingresada en un psiquiátrico.

El 25 de noviembre de 1970, el famoso escritor japonés Yukio Mishima envió a su editor la última parte de la que habría de ser su última obra en vida: El mar de la fertilidad. Después, junto a otros compañeros de la milicia Tatenokai, a la que pertenecía desde hacía tres años, visitaron el cuartel general en Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa, con el pretexto de que querían hacer una visita al comandante. Dentro, cercaron con barricadas el despacho y ataron al comandante. A continuación, Mishima salió al balcón para dirigirse a los soldados que se reunían abajo y les dio un discurso que pretendía inspirarlos para que dieran un golpe de Estado y restituyeran el poder del emperador. Al no ser capaz de hacerse oír, regresó a la oficina del comandante y llevó a cabo su seppuku, lo que en Occidente conocemos mejor como harakiri (hara de vientre, kiri de kirimasu, cortar).

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