Lo que tenemos dentro viaja con nosotros y se manifiesta. Por eso, me sentí como en las fiestas patronales de mi pueblo en medio de una fiesta de ciudad en europea. Mucho tiene de parecido y mucho de diferencia, pero yo sentía más los parecidos que las diferencias. Me remontaba a la manera antigua en que se celebraban las fiestas locales en mi país.
Estrellitas y otros juegos mecánicos voladores brillaban en Leiden, ciudad universitaria de Holanda con clima, gente y paisaje muy distinto al de mi patria. La temperatura invitaba a veces a abrigarse aun en medio de los movimientos que incitaba la música y la algarabías de aquellas calles llenas.
Maravilloso ver los parecidos y las diferencias. En esa ciudad, las aguas de los canales mostraban como espejo todo el colorido del festejo. Grupos musicales interpretaban ritmos para escoger en las esquinas. Había borrachos, gente muy adulta cantando y bailando como niños y una amalgama de escenas que muestra, que independientemente de la cultura, todos tenemos mucho en común a la hora de disfrutar la fiesta.
Sándwiches de pescados, platos tópicos a base de papa y zanahoria y toda una diversidad de comida se ofrecía en medio de un gran mercado que vendía de todo.
La fiesta conmemoraba el triunfo de los habitantes de Leiden a los españoles en una batalla que se produjo hace más de cinco siglos. Bueno encontrar los paralelos con las fiestas de pueblos de mi país, en las que se honran a santos y santas. En todas partes siempre se tiene y se busca un motivo, una excusa para festejar, para hacer y estar de fiesta.
Por Mary Leisy Hernández
