“España es grande: el emperador no quiere dispersar sus tropas. Por tanto, quiere tener todas sus provisiones en puntos fortificados. San Sebastián está tan cerca de Bayona que apenas supone ninguna ventaja. Pamplona es de gran ayuda…”. Las órdenes que transmitía en tercera persona un emperador reflexivo y a la vez cegado por la ira mostraban el duro revés que había supuesto la repentina y eficaz resistencia del pueblo español, que antes parecía haber caído rendida después de haber sometido a Carlos IV, a su hijo Fernando y al gobierno, con Manuel Godoy a la cabeza. ¿España en un puño? Nada más lejos de la realidad.
La carta, fechada el 10 de noviembre de 1808 en Cubo de Bureba, Burgos, ejemplifica el desgaste que estaba suponiendo para el emperador la campaña de la Península: “L’Espagne est grande…”. Los planes de ocupación se habían torcido en el verano de 1808 con la derrota de la Batalla de Bailén y la retirada de su hermano José más allá de la línea del Ebro, abandonando Madrid, lo que le obligaría a trasladarse él mismo a España y comandar las tropas personalmente.
Batallas a caballo como recuerda ahora el polémico biopic de Ridley Scott, Napoleón, estrenado este viernes y que muestra al emperador Bonaparte no sólo como un genio militar, sino también como un déspota insensible a la hora de enviar a miles de sus hombres a una muerte segura al estilo de Adolf Hitler y Iósif Stalin en la Segunda Guerra Mundial, tal y como se ha criticado en Francia. Lo haría sin ir más lejos en la Batalla de Somosierra para retomar Madrid el 29 de noviembre de ese mismo 1808.
La derrota de Bailén en julio de 1808 no fue la primera que sufría en campo abierto, pero sí la primera en la que su ejército fue destruido
“Miranda es sumamente importante…”, continuaba en su carta del 10 de noviembre, “es tan fuerte que el Emperador quiere fortificarla y tener allí un lugar; de modo que, desde Bayona y Pamplona, sea el primer almacén donde pueda tener sus provisiones de artillería, víveres, ropa u otros objetos preciosos…”. Respondía a la metódica táctica de Bonaparte que tantos éxitos le había proporcionado, una revolución del concepto militar de la época: rápidos movimientos de tropas, reforma de los bagajes de la artillería gruesa y apenas transporte de víveres o pertrechos, que entorpecieran la marcha y que se obtenían en el terreno o se guardaban en su línea de retaguardia como en este caso Miranda.
“Después de Miranda, habrá que ver qué uso le podemos dar al castillo de Burgos, y así sucesivamente. Cada treinta leguas, es decir cada tres marchas, debe haber un fuerte donde puedan protegerse de los insultos de cuatro a 500 hombres y donde puedan contenerse los efectos: lo más preciado de la administración, alimentos y miles de cartuchos y cañonazos: todo esto en los cuarteles, cuando no se encuentran iglesias y edificios ya construidos…”.
Tras la derrota de la Batalla de Bailén en julio de 1808, que no fue la primera que sufría en campo abierto como se ha asegurado en algunas ocasiones, pero sí la primera en la que su ejército fue destruido y capturado en el campo de batalla, sin posibilidad de replegarse, los planes se le complicaron a Napoleón en centroeuropa y el 29 de octubre de 1808, “abandonó París al frente de ciento sesenta mil hombres repartidos en siete cuerpos de ejército confiados a Lannes, Soult, Ney, Victor, Lefebvre, Mortier y Gouvion Saint-Cyr” —Jean Tulard, Napoleon—. En apenas dos meses iba a poner en práctica toda su capacidad militar y arrasar a los díscolos ejércitos de Castaños, Palafox, Blake y Moore que se le habían atragantado en España.
El varapalo era importante para el emperador puesto que no solo le movía la cuestión de orgullo y venganza tras los levantamientos
El varapalo era importante para el emperador, puesto que no sólo le movía la cuestión de orgullo y venganza tras los levantamientos en Madrid y otras ciudades y la sucesiva organización de la resistencia con la creación de las Juntas de Defensa que había dado al traste con la fallida invasión de España que había concedido la familia real: “Quizás hubiese emociones particulares en ello pero había otros motivos de trascendencia: políticamente no podía dejar abierto el flanco Sur del Imperio, pues se hallaba en juego su ascendencia en el resto del Continente y, al mismo tiempo, la propia estructura de su Estado en Francia…además de su calculada imagen de prestigio personal como hombre de poder” —José Gregorio Cayuela, José ángel Gallego, La Guerra de la Independencia. Historia bélica, pueblo y nación en España (1808-1814).
Napoleón, que despreciaba ampliamente la sociedad española —no digamos ya a la Casa Real— se encontraba ante un verdadero talón de Aquiles, porque ya como joven general de 26 años durante la Guerra de la Convención que le había llevado a España había manifestado: “Una guerra de ocupación en España es inviable porque esto provocaría un levantamiento popular”. Tal y como detalló el historiador Ronald Fraser, para su desgracia, Napoleón Bonaparte olvidó sus propias advertencias una década más tarde, lo que le llevó a juntar casi 200.000 soldados en España los mismo que había utilizado para las campañas de Austria y Prusia —Ronald Fraser, La maldita guerra de España: Historia social de la guerra de la Independencia, 1808-1814—.
Bonaparte olvidó sus propias advertencias una década más tarde, lo que le llevó a juntar casi 200.000 soldados en España
Así, a finales de octubre “la mente privilegiada” de Bonaparte había conseguido reestructurar sus fuerzas en España para renovar el viciado sistema castrense que en la península había perdido militar y políticamente los territorios españoles durante el verano de 1808. Una organización y un plan brillante de ataque, puesto que Napoleón seguía siendo Napoleón en octubre de 1808 y barrería a las fuerzas hispano inglesas atacando directamente la mayor debilidad del enemigo: “El emperador se dio cuenta rápidamente del enorme espacio que distanciaba al general español Blake de las demás tropas españolas, situadas en su flanco izquierdo. Es decir, había una brecha de gran tamaño por la que se metería su enorme ejército”, —José Gregorio Cayuela, José Ángel Gallego, La Guerra de la Independencia. Historia bélica, pueblo y nación en España (1808-1814)—.
La realidad es que la recién creada Junta había reorganizado las fuerzas tras la retirada de José Bonaparte pero estaban dispersas: en el flanco derecho de Napoleón, que avanzaba primero desde Miranda y después desde Burgos tras rendir la fortaleza, se encontraba el general José Rebolledo de Palafox con unos 25.000 hombres que defendería Zaragoza, en el sureste de Logroño se encontraba el general Castaños con 31.000 hombres de infantería y 3.000 de caballería —y una reserva de José Paez cerca de Burgos— y más a la derecha el general Blake y el apoyo inglés de Moore con 43.000 hombres defendiendo Reinosa.
“La idea de la Junta fue la de que las alas izquierda y derecha debían avanzar en un intento de envolver a las fuerzas francesas al este del Ebro. Blake marcharía a lo largo de la costa de Vizcaya hacia Bilbao, mientras Castaños y Palafox avanzarían hacia Pamplona, girando el flanco francés mientras lo hacían. El plan dejaba el centro completamente expuesto, creando una brecha de unas 200 millas entre las dos alas de los ejércitos españoles” —VV.AA. Napoleon and the Operational Art of War: Essays in Honor of Donald D. Horward—.
Era exactamente lo que aprovecharía Napoleón tal y como había enunciado L’Espagne est grande’, no por su gente, sino por su geografía, algo que estudiaba detenidamente para la estrategia: lejos de dispersar su ejército, salvó la operación sobre Cantabria para proteger su retaguardia y se dirigió al centro. En definitiva, el plan operativo “exhibía la audacia y sencillez características de Napoleón”, que planeó esperar “hasta que las dos alas de los ejércitos españoles hubieran avanzado lo suficiente desde sus bases de suministros, para luego atacar a ambas simultáneamente cercándolas y cortando su línea de retirada, mientras él mismo avanzó con fuerza abrumadora sobre el débil centro español en Burgos”. —VV.AA. Napoleon and the Operational Art of War: Essays in Honor of Donald D. Horward—.
La Junta decidió defender Madrid a pesar de que era a todas luces suicida y la batalla se produjo en el puerto con mucha lentitud
Todo salió según lo previsto, salvo que el mariscal Lefevbre fue incapaz de destruir el ejército de Blake a la derecha de su flanco. En Valmaseda, Vizcaya, el general español Joaquín Blake, que estaba en retirada desde Reinosa, consiguió vencer a las fuerzas francesas y escapar del cerco francés por las montañas de Cantabria. Fue la última victoria española en esa fase y aunque no alteró los planes de la marcha sobre Madrid sí evidenció lo que sería una constante en la campaña de la Península, la imposibilidad de destruir plenamente a los españoles. A partir de ese momento y con todas las fuerzas de España divididas Napoleón reorganizó la masa militar concentrada ya inútilmente sobre Reinosa —salvo al mariscal Soult, que ordenó asediar Santander y perseguir a Blake— y se lanzó por el centro hacia Madrid escogiendo cuidadosamente Somosierra y no Guadarrama por las características del puerto.
La Junta decidió defender Madrid a pesar de que era a todas luces suicida y la batalla se produjo en el puerto con mucha más lentitud de lo que el emperador hubiera deseado, lo que le llevó a tomar una decisión brutal: “El fino estratega Napoleón dio una de esas órdenes salvajes que a veces le caracterizaban por su ira (había ocurrido en otras muchas ocasiones, como en el bombardeo de los lagos de Austerlitz durante 1805 o en las cargas artilleras de Eylau durante 1806…) ordenó atacar cuesta arriba a los cañones españoles con su Tercer Escuadrón de la Caballería Ligera Polaca… Quedaron estupefactos, la función de tal unidad estaba asignada a la escolta del propio emperador con el resto de la guardia no a una operación suicida…” —José Gregorio Cayuela, José Ángel Gallego, La Guerra de la Independencia. Historia bélica, pueblo y nación en España (1808-1814)—.
El desprecio por la vida de Napoleón, que ha suscitado ahora críticas en Francia por la película de Ridley Scott —incluyendo referencias a Hitler y Stalin—, fue sin embargo evidente: un líder europeo que, de forma directa o indirecta, acabó en 17 años de guerras (1798-1815) con la vida de más de 2.000.000 de europeos. Tras destrozar la defensa de la Somosierra, la defensa españolas cayó y Madrid quedó expedito para Napoleón, pero aunque la organización y el plan de ataque de Bonaparte fueron brillantes, la campaña española dejó también muchas dudas. Para empezar, una nueva mentalidad aparecía entre las filas de los soldados: el 22 de diciembre, al paso de la Sierra de Guadarrama, durante un tiempo espantoso, la tropa murmuró y se negó a avanzar, después llegaría lo de de la caballería polaca y el salvaje sacrificio de sus hombres.
Un líder europeo que, de forma directa o indirecta, acabó en 17 años de guerras (1798-1815) con la vida de más de 2.000.000 de europeos
Además, tal y como explicaba su biógrafo Jean Tulard, al abandonar España, Napoleón dejaba una situación mejor que a su llegada: se había vuelto a tomar la capital, se había expulsado al contingente inglés, y Zaragoza, al término de un sitio de tres meses en el que perecieron cuarenta mil personas, caía el 20 de febrero de 1809. Pero estos éxitos no ponían fin a la guerra de España. —Jean Tulard, Napoleon—. Por primera vez se hacía fracasar realmente la concepción napoleónica de la guerra relámpago, fundada en operaciones que obligaban rápidamente al enemigo a negociar. El ejército francés se internó en la península sin poder obtener victorias decisivas. El Imperio se encontró así desguarnecido en soldados: hubo que llamar a más conscriptos. En 1809, se había reclutado por anticipado la quinta de 1810, y no sin resistencia.
Quedaba mucho por dirimir en la península tal y cómo se vería después. Además de Blake, también escaparía el ejército inglés de Moore que reembarcaría en Galicia hacia Inglaterra. Los ingleses volverían después con Arthur Wellesley, después Duque de Wellington. Napoleón no había rendido a los españoles ni en 1807 ni tampoco realmente en 1808 y la guerra duraría cuatro años más.