En 1752, ocurrió un hecho que aún sorprende a muchos: el mundo occidental “perdió” 11 días. Este fenómeno no fue fruto de un error ni de un desliz en la historia, sino de un cambio planificado y revolucionario. Para entender este curioso suceso, tenemos que remontarnos al conflicto entre dos sistemas de medición del tiempo: el calendario juliano y el calendario gregoriano.
El calendario juliano, instaurado por Julio César en el año 46 a.C., fue el estándar durante más de 1.600 años. Sin embargo, su fórmula no era completamente precisa, lo que resultaba en un desajuste gradual entre las estaciones del año y las fechas del calendario. Para corregir esto, el papa Gregorio XIII introdujo el calendario gregoriano en 1582. Este ajuste tenía como objetivo alinear las fechas del calendario con los eventos astronómicos, como el equinoccio de primavera.
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El salto de 11 días
Aunque muchos países católicos adoptaron rápidamente el calendario gregoriano, Inglaterra y sus colonias, que seguían el calendario juliano, se resistieron al cambio. No fue hasta 1752 cuando finalmente decidieron adoptarlo. Pero había un problema: la diferencia entre ambos calendarios había crecido a 11 días. El día siguiente al 2 de septiembre de 1752 se convirtió en el 14 de septiembre. En ese instante, 11 días desaparecieron del calendario.
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A pesar de la lógica detrás de este ajuste, muchas personas creyeron que les habían “robado” días de su vida. Algunos campesinos, por ejemplo, pensaban que perder esos días les afectaría económicamente, ya que suponían que tendrían menos tiempo para cosechar o trabajar. A esto se sumaron protestas en algunas zonas, pero la historia demuestra que el cambio fue exitoso a largo plazo.
Un cambio global
El ajuste no solo afectó a Inglaterra y sus colonias, sino que también marcó un punto de inflexión en la estandarización del calendario en todo el mundo occidental. Aunque algunos países, como Grecia y Turquía, tardaron más en adoptar el calendario gregoriano (incluso hasta principios del siglo XX), el sistema que utilizamos hoy en día es una evolución directa de ese cambio.
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Este episodio curioso de la historia nos recuerda cómo la ciencia y la astronomía influyen en nuestra vida cotidiana de maneras insospechadas. Y también nos hace reflexionar sobre cómo una pequeña corrección en el tiempo puede parecer, en su momento, un salto abismal.
Esta curiosidad histórica sigue fascinando, demostrando que incluso los calendarios, esos pilares aparentemente inmutables, pueden sufrir modificaciones para alinearse con la realidad astronómica.
En 1752, ocurrió un hecho que aún sorprende a muchos: el mundo occidental “perdió” 11 días. Este fenómeno no fue fruto de un error ni de un desliz en la historia, sino de un cambio planificado y revolucionario. Para entender este curioso suceso, tenemos que remontarnos al conflicto entre dos sistemas de medición del tiempo: el calendario juliano y el calendario gregoriano.