Leer el pasado, entenderlo, para así poder predecir el futuro. Así es como consigue Yuval Noah Harari, historiador y tecnólogo, lanzar todo tipo de advertencias sobre la inteligencia artificial. Lo último que ha comentado seguramente no le apetezca a muchos escucharlo. El mundo que conoces está cambiando tan rápido que ya nadie tiene idea de qué será de la humanidad en dos o tres décadas.
De forma simple, Harari comenta que este momento es único en la historia porque, a diferencia de otras épocas en las que la vida era previsiblemente parecida para los hijos, ahora ni siquiera se sabe cuáles serán los trabajos o la estructura económica de un futuro no tan lejano. Lo peor de todo esto, como ves, es que ya se escapa totalmente del control humano.
Ejemplifica con los profesores que ya no saben qué enseñar porque no está claro qué necesitarán las próximas generaciones. De hecho, advierte que la programación, que durante años fue vista como la profesión del futuro, podría desaparecer como trabajo humano porque la IA está aprendiendo a programar y lo hace mejor cada día.
“No es solo que no sepamos cuál será la situación política, sino que no tenemos ni idea de cómo serán la economía, el mercado laboral, ni qué puestos de trabajo habrá”, comenta. “Sabemos que muchas profesiones actuales van a desaparecer, surgirán otras, pero no sabemos cuáles”, añade.
Harari hace hincapié en un cambio total en la naturaleza de la tecnología. La inteligencia artificial es la primera invención que no funciona como herramienta pasiva, sino como agente con capacidad para tomar decisiones y crear ideas por sí sola.
Es por este motivo que aquellas personas que se estén aferrando a una sola habilidad o conocimiento van por el camino incorrecto. Toca ser flexibles y adaptarse porque, tristemente, el humano ha dejado de ser el centro de todo. Esto puede hacer que el mundo sea menos justo y más conflictivo.
“Lo que aprendiste en la juventud, cuando llegas a los treinta o a los cincuenta, ya no sirve. El mundo es radicalmente distinto. Hay que reaprender todo”, sentencia. “La aptitud más importante de la vida es ser flexible, ser capaz de reinventarse una y otra vez a lo largo de la historia” y para esto hay que “ser capaz de desprenderte de tus ideas, ser capaz de decir ‘no sé'”, añade.
“La IA aprende a simular emociones y acabará engañándonos a todos”
Desde luego, las palabras de este experto no suelen ir acompañadas, cuando habla de inteligencia artificial, de buenos augurios. En otra entrevista ya dejó bastante claro que la IA actual ya no solo imita la inteligencia humana, sino que se está volviendo experta en simular emociones y sentimientos que parecen tan reales que asusta. “Incluso si la IA no tiene sentimientos ni conciencia, se vuelve muy buena fingiendo tenerlos”, comenta.
El experto deja sobre la mesa la advertencia de que esta habilidad podría conducir a una ‘convención social’ donde se asignen derechos y consideraciones a las IA por el simple hecho de parecer conscientes, aunque no lo sean de verdad.
Esto es algo que comienza a verse en EEUU, donde más del 70% de adolescentes ha interactuado con bots como Grok, mientras la generación Z utiliza ChatGPT como psicólogo 24/7, accesible y barato.
Aquí el peligro está en delegar decisiones importantes o buscar apoyo emocional en sistemas que solo procesan datos sin entender realmente cómo funciona el ser humano. Por si fuera poco, si se desarrolla una inteligencia artificial superinteligente (algo que varias compañías persiguen) la humanidad podría estar jugando a ser un dios y eso realmente sería el principio de nuestro fin.
Por otro lado, advierte que el mundo está a 5-10 años de una superinteligencia y, según él, el gran problema es que nunca el humano ha competido con algo más inteligente.
Ni siquiera los animales más listos igualan la capacidad humana para crear redes de información. Pero la IA sí puede. Y no solo eso: “Escribirá sus propios libros, generará ideas y tomará decisiones sin nosotros”, comenta.
Harari pone ejemplos concretos. Imagina una IA que manipula elecciones inventando noticias creíbles, o que escribe leyes con trampas muy ocultas para beneficiar a sus creadores. “No es ciencia ficción”, insiste. “Ya ocurre a pequeña escala en redes sociales”.
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