Así era Atomic Energy Lab, considerado el juguete más peligroso de la historia

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Todos conocemos los típicos juguetes didácticos, como el microscopio para niños, la tejedora infantil o el vivero en miniatura. Son juguetes que potencian la creatividad de los más pequeños y les ayudan a averiguar qué les gusta y qué no les gusta. Incluso los padres tienen la esperanza de que sus hijos encuentren su vocación laboral gracias a esos juegos.

Pero hubo una época donde esa temprana “vocación laboral” se les fue de las manos. En 1950, la AC Gilbert Company, en Estados Unidos, lanzó un juguete de lo más peculiar, el Gilbert U-238 Atomic Energy Lab o Laboratorio de Energía Atómica de Gilbert. Estaban de moda los juegos de reacciones químicas, que aparentaban ser seguros, pero este juego en concreto iba un paso más allá: contenía componentes radioactivos reales.

Como cuenta el usuario de Twitter, Enséñame de Ciencia, el objetivo del juguete era que los niños hiciesen experimentos con reacciones nucleares utilizando material radioactivo. La idea de diseñar un juguete así fue de Alfred Carlton Gilbert (1884-1961). Hay una película de 2002 llamada ‘El hombre que salvó la Navidad’, que trata sobre Gilbert y sobre cómo convenció al Consejo de Defensa Nacional de Estados Unidos, durante la primera Guerra Mundial, para continuar haciendo juguetes y no armas.

La caja contenía cuatro elementos radioactivos y uranio

Dentro de la caja del laboratorio atómico para niños había un electroscopio, un contador Geiger (que sirve para medir la radioactividad), un espectroscopio (para observar la interacción entre la radiación electromagnética y la materia) y una cámara de niebla (instrumento para detectar partículas con radiación ionizante). Además, el kit contenía cuatro muestras de uranio natural (U-235) y cuatro minerales radioactivos: beta-alfa (Pb-210), beta pura (Ru-106), gamma (Zn-65) y polonio (Po-210).

Foto: Dos niñas juegan con 'slime' casero.

Aunque el nivel de radiación de todos los elementos era bastante bajo, la peligrosidad del juguete residía en que, si se rompían las cápsulas que contenían los elementos radioactivos, se liberaría la radiación, contaminando la zona. Por suerte, este juguete solo se vendió durante un año, a un precio bastante alto, de 50 dólares de la época.

Además, dentro de la caja venía una nota que indicaba que, el niño que descubriese nuevas fuentes de materiales radioactivos con el juego, recibiría 10.000 dólares por parte del gobierno. Curiosamente, la Universidad de Columbia compró varios de estos juguetes para hacer sus propios estudios, tal vez por la ciencia o por la recompensa, no lo sabremos nunca.

Todos conocemos los típicos juguetes didácticos, como el microscopio para niños, la tejedora infantil o el vivero en miniatura. Son juguetes que potencian la creatividad de los más pequeños y les ayudan a averiguar qué les gusta y qué no les gusta. Incluso los padres tienen la esperanza de que sus hijos encuentren su vocación laboral gracias a esos juegos.

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