Europa se enfrenta a una amenaza peligrosa como lo son los drones de Rusia, en concreto, se trata de los Geran-2, versiones del Shahed iraní, que pueden recorrer hasta 2.500 kilómetros, lo suficiente para poner en riesgo a casi todas las capitales del continente.
De acuerdo con expertos militares de Defense Express, la única excepción es Lisboa, que queda fuera del radio de impacto. El resto de ciudades entran dentro de la trayectoria potencial de las aeronaves no tripuladas si son lanzados desde territorio controlado por Rusia.
La situación no es menor, y es que la OTAN todavía no ha desarrollado una estrategia plenamente eficaz para neutralizar esta amenaza, es por esta razón que la proliferación de drones de largo alcance convierte la seguridad aérea europea en un desafío urgente.
El alcance de los drones rusos
El uso masivo de drones en Ucrania ha demostrado que no son un complemento, sino un arma capaz de redefinir la guerra. La diferencia es que en lugar de limitarse a las trincheras del Donbás, el alcance de los drones rusos abre la puerta a ataques contra cualquier urbe europea.
Países alejados de la guerra, que hasta ahora se percibían seguros, aparecen en la diana, como Roma, París, Berlín, Londres e incluso Madrid están dentro del radio de impacto y del peligro. Lisboa es la única que se libra, un matiz que subraya la magnitud de la vulnerabilidad del continente.
La ciudad de Portugal es la única que queda fuera del alcance de los drones rusos por una combinación de factores técnicos y geográficos. Los Geran-2 tienen un rango máximo de unos 2.500 kilómetros, suficiente para cubrir casi todo el continente si se lanzan desde Crimea, Briansk, Bielorrusia o incluso Kaliningrado.
Está situada en el extremo más occidental de Europa continental, a unos 2.700 u 2.800 kilómetros de esos puntos estratégicos. Esa distancia supera la autonomía de los drones, lo que convierte a la capital portuguesa en la única que, de momento, escapa a este tipo de amenaza directa.
El verdadero problema no es solo que los drones lleguen lejos, sino que resultan desproporcionadamente baratos en comparación con el coste de derribarlos. Fabricar un Geran-2 cuesta unos pocos miles de euros, mientras que interceptarlo con un misil antiaéreo puede multiplicar esa cifra por cien.
El mapa de posibles lanzamientos tampoco ayuda, y es que Rusia dispone de varios puntos estratégicos que amplían el radio de acción: Crimea, Briansk, San Petersburgo y Bielorrusia. A eso se suma Kaliningrado, el enclave ruso en el Báltico, que aporta unos 700 kilómetros adicionales de alcance.
Con semejante abanico de plataformas, si el gobierno de Vladímir Putin decide atacar Europa con drones, resultaría casi imposible anticipar el origen de cada vuelo. Esta dispersión multiplica la presión sobre las defensas europeas, obligadas a vigilar un cielo inmenso con recursos limitados.
Cabe señalar que la OTAN no ignora el problema, pero los hechos demuestran que el continente no está preparado. Polonia, que debería ser la primera línea de contención, ha visto cómo varios drones atravesaban su espacio aéreo. Lo alarmante es que, una vez superado ese primer filtro, el resto de Europa queda prácticamente expuesto.
Esto no significa que Rusia vaya a ordenar un ataque masivo contra capitales europeas mañana mismo. Pero sí muestra que tiene la capacidad para hacerlo y que el continente carece, por ahora, de una defensa sostenible, lo cual es preocupante.
Los drones, el arma predilecta del presente
¿Por qué los drones se han convertido en el arma predilecta de Ucrania, Rusia o China? Porque cumplen con tres requisitos clave: son baratos, versátiles y generan un impacto psicológico enorme.
No necesitan pilotos, apenas requieren infraestructuras de apoyo y pueden ser producidos en serie con relativa facilidad. Su tamaño compacto les permite escapar de radares diseñados para interceptar aviones o misiles convencionales. A menudo vuelan bajo, a velocidades reducidas, lo que complica aún más su detección.
Además, no solo sirven para atacar objetivos militares, pueden dirigirse contra infraestructuras críticas, saturar sistemas de defensa o golpear directamente a la población civil. Ucrania lo ha vivido en carne propia con ataques contra plantas eléctricas y barrios residenciales.
La combinación de bajo coste y alto efecto hace que hoy los drones estén moldeando la guerra más que ningún otro sistema, sobre todo por qué son muy baratos de fabricar.
Pero su poder no se mide solo en destrucción, puesto que la amenaza de drones crea fatiga psicológica. Sirenas, cortes de electricidad y la sensación de que el peligro puede llegar en cualquier momento forman parte de una estrategia que busca desgastar al adversario.
Estas aeronaves se han consolidado como el arma más rentable del presente, y Rusia dispone de la tecnología, la logística, así como las posiciones estratégicas para golpear cualquier capital europea, salvo Lisboa. Lo inquietante no es solo su alcance, sino la asimetría que obliga a gastar fortunas en cada intento de defensa.
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