Castigo por un «sión padrino»

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Los “bendición mamá”, “bendición tía”, “bendición padrino” y otros saludos que antes eran asuntos de todos los días en el campo y la ciudad, hoy se escuchan cada vez menos.

Algunos jóvenes se arrodillaban o hacían una especie de inclinación del cuerpo como reverencia para hacer lo que llamamos “Besar la mano” o “pedir la bendición” de padres y otros familiares más adultos.

En algunas familias era un asunto sagrado y hasta se cuestionaba la suerte de los hijos según si se recibía o no esa bendición.

Los mayores respondían a veces con un Dios te bendiga y otras veces con un largo discurso que incluía todo tipo de deseos, según la edad y la ocasión: Dios te libre de todo mal, te haga un hombre de bien…

Ahora la relación padres e hijos es una relación más “chabacana”: chicos, distraídos con su celular, a penas miran y saludan a los padres y no pasa nada.

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A mi si me pasó algo y no fue por celular. En esos años un niño no usaba ese aparato. No existían. Lo que si existía eran las chancletas con su función extra de dar “pelas”, las correas convertidas en instrumento de tortura y las ramas de los árboles que por arte de magia se transformaban en tirigüillo y se usaban para castigar a los niños que no obedecían.

La corta edad que tenía no me permite recordar cual fue el instrumento usado para lo que recibí. Lo que si recuerdo es el motivo: llegó a la casa un señor moreno, alto, con cara seria, y mi madre me dijo que era mi padrino, que le “besara la mano”.

Yo, a pesar de la insistencia de mi madre me negué a decir “bendición padrino” a aquel extraño y mi madre me dio golpes inolvidables por no obedecer ante esa tradición que aún no logro saber sus orígenes.

A pesar de esa y muchas otras golpizas, cuanto me gustaría tener cerca mi madre para pedirle la bendición.

Por: Mary Leisy Hernandez
[email protected]

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