Ahora que hemos vivido una pandemia y nos podemos comparar con los personajes de Camus o Boccaccio, sabemos que cualquier cosa es posible. Y sabemos también que hay cosas inexplicables que han quedado registradas en los márgenes de la historia, sin una conclusión clara. Desde epidemias de baile en la Edad Media hasta risas contagiosas e histéricas, algunos sucesos han sido, sin duda, sorprendentes. Y entre ellos está uno que afectó a las jóvenes adolescentes desde el siglo XVII y, de pronto, desapareció en el siglo XX sin una explicación convincente: la llamada clorosis.
El mal de amores fue un enigma de la medicina. En un primer momento, se hablaba de Morbo virgineo (enfermedad de las vírgenes) hasta que un profesor de medicina de Montpellier llamado Jean Varandal acuñó aquello de clorosis en 1619. Muchos pintores holandeses la documentaron, pues se trató de una extraña epidemia que recorrió Europa en aquellos tiempos, como la de los suicidios provocados por el Joven Werther de Goethe. La diferencia es que las pacientes eran predominantemente chicas adolescentes y, (aunque esto se debate en la actualidad), su piel parecía adquirir un tono verdoso. De ahí el término clorosis, que proviene del griego cloros (verde amarillento).
Las pacientes eran predominantemente chicas adolescentes y, (aunque esto se debate en la actualidad), su piel parecía adquirir un tono verdoso
Estaba muy relacionado con la melancolía y los síntomas eran similares en todas las enfermas: lipotimias, desvanecimientos, una actitud lánguida, migrañas y cefaleas (en los cuadros de la época se puede ver cómo algunas mujeres llevan un emplasto en la cabeza), palpitaciones, inapetencia, falta de aliento… quizá por ello fue considerada una enfermedad histérica y se prescribieron diferentes y peculiares tratamientos que iban desde las sangrías a la hidroterapia, pasando por el sexo. Pero no hablamos de sexo libre, por supuesto, sino de casarse y cumplir las obligaciones matrimoniales con el fin de concebir.
Lo cierto es que del mal de amores se había hablado desde la Antigüedad. Hipócrates menciona lo que después se llamaría histeria y que proviene de histeros (útero), y multitud de autores relacionaron la melancolía y la histeria femeninas, relacionadas en su mayoría no solo con el objeto del amor, sino con problemas menstruales que producían amenorrea y provocaban vapores malignos que invadían el cuerpo.
Por tanto, la conclusión fue que solo afectaba a mujeres vírgenes de entre 14 y 24 años, y de una manera ciertamente paternalista se establecían los posibles tratamientos desde la perspectiva de la mujer como un ser frágil y dominado por sus órganos sexuales. Las teorías sobre la posible causa eran, o bien relacionadas con anemia y otras alteraciones de la sangre, o de una manera más psicológica con los deseos y sentimientos reprimidos fruto de la juventud, la castidad y la virginidad.
Se prescribieron diferentes y peculiares tratamientos que iban desde las sangrías a la hidroterapia, pasando por el sexo
Durante cerca de casi tres siglos la enfermedad fue bastante frecuente alcanzando su punto álgido a principios del siglo XIX. Con la llegada del Romanticismo, ese ideal de la mujer frágil y de aspecto enfermizo se convirtió en una tendencia, con algunas mujeres incluyendo vinagre mezclado con agua en sus dietas para así provocarse anemias hemolíticas, que a su vez producían extrema palidez y la llamada ‘belleza alabastrina’ propia de las tuberculosas. Durante los siglos XVI y XVII se había puesto de moda la costumbre de masticar arcilla para producir la obstrucción de los conductos biliares, que también producía palidez en el rostro.
Y en el siglo XIX, los registros de enfermedades que han quedado apuntados en Dispensarios y hospitales señalan que la clorosis era una de las enfermedades más comunes por las que se atendía a las pacientes. Por supuesto, esto quedó también registrado en la literatura de la época y muchos autores introdujeron en sus obras personajes que sufrían de este curioso mal de amores. Lo más curioso fue, probablemente, que sin una explicación clara fue decayendo y a principios del siglo XX desapareció por completo.
Sin una explicación clara fue decayendo y a principios del siglo XX desapareció por completo
Mucho se ha teorizado al respecto, llegando a decir Gregorio Marañón que en realidad la enfermedad nunca existió. Una de las ideas más plausibles es que en realidad no se tratase de una enfermedad única, sino de un conjunto de enfermedades quizá difíciles de diferenciar entre sí. Algo interesante: Catharina van Tussenbroek (primera ginecóloga de Holanda e importante pionera en la emancipación de la mujer) apuntó, según relata ‘Pediatría Integral‘, en 1898 que las raíces de la enfermedad debían buscarse en los factores sociales y la falta de perspectivas para las chicas en la sociedad de la época. Venía a decir que su desaparición estaba relacionada con cambios en la condición social de la mujer. Por supuesto, al no ser una enfermedad como tal, las prescripciones médicas como las sangrías no habrían hecho más que empeorar el problema.
Hoy en día el término clorosis se sigue usando para hablar de las plantas que sufren deficiencia de hierro y pierden su color verde.
Ahora que hemos vivido una pandemia y nos podemos comparar con los personajes de Camus o Boccaccio, sabemos que cualquier cosa es posible. Y sabemos también que hay cosas inexplicables que han quedado registradas en los márgenes de la historia, sin una conclusión clara. Desde epidemias de baile en la Edad Media hasta risas contagiosas e histéricas, algunos sucesos han sido, sin duda, sorprendentes. Y entre ellos está uno que afectó a las jóvenes adolescentes desde el siglo XVII y, de pronto, desapareció en el siglo XX sin una explicación convincente: la llamada clorosis.