Mientras estudiaba y jugaba en la Universidad de Louisiana State, en 1985, unos atracadores le quitaron cadena, guillos y anillo de oro a José –El Grillo—Vargas, quien no cree en las coincidencias, pero sí en los planes divinos.
Uno de los peores sentimientos de venganza se asentó en la mente del espigado baloncestista, quien reconoció a uno de ellos y sin tiempo que perder acudió a una armería y compró una pistola Nueve Milímetros porque estaba decidido a darle dos tiros.
“Eso no se va a quedar así”, se decía a él mismo el entonces novato de 22 años, 6´10 de estatura y un carácter indomable. Al único que le comentó el atraco de que había sido víctima fue al entrenador de la academia, Dale Brown, una institución en los Estados Unidos por su calidad y larga trayectoria.
Consciente de que un buen ejemplo puede persuadir más que decenas de consejos, al experimentado hombre de baloncesto se le ocurrió llevar al equipo a la cárcel de Angola, la más violenta de Estados Unidos durante décadas.
“Mañana”, anunció Brown, “vamos a visitar la presión de Angola para que ustedes vean lo que sucede con los que se salen de la línea, con los que infringen las leyes de la sociedad”.
Durante el tour por el recinto, “El Grillo” vio como tenían a los reos en la denominada “Solitaria”, donde suelen pasar meses sin ver los rayos del sol, pero lo que más llamó su atención fue la silla eléctrica.
Por curiosidad, solicitó a las autoridades de la penitenciaría que le sentaran en la misma.
“Miren, háganlo conmigo, háganlo conmigo. Yo quiero saber cómo es. Comiencen el ritual completo”.
Sorprendidas, se opusieron, pero como el coach Brown estuvo de acuerdo (“siéntenlo, él lo pidió”) accedieron de conformidad con el ritual, pero, obviamente, sin ejecutar el último paso: obturar el botón de la electricidad.
Vargas relata, que al rato de ser ingresado en La Solitaria, un padre fue y le rezó. “Mi hijo, dime algo que tú quieres comunicarle a Dios”, le dijo el religioso.
“Hasta ese momento todo bien, todo tranquilo y de repente vi un tipo blanco con la cabeza raspada, que vive en la prisión y que “parece un monstruo, una cosa horrible, el monstruo del calabozo, y cuando yo iba a salir, me dijo no, no vas a salir caminando y me puso cadenas en las piernas y en los brazos para maniatarme”.
Al llegar a la Silla Eléctrica de madera, el “probó” no permite que el supuesto reo se siente por su cuenta, sino que lo sometió de una manera poco amigable.
“No hay fuerza que tú hagas. Luego me amarró en la cintura con una correa ancha de cuero, como la que le colocan a los caballos. Me puso por la espalda unos hierros y esponjas mojadas, en la cabeza y un sombrero con cables. Cables en los tobillos y los pies enterrados”, declara Vargas, quien ya estaba totalmente atemorizado aun cuando sabía que era un simulacro.
“Cuando me puso todo eso me dio una vaina y comencé a vocear ´¡Sáquenme de aquí!´ ´¡Sáquenme de aquí!’”, exclamaba aterrorizado.
“Miren”, reflexionó el otrora delantero de poder y ocasional centro de la selección nacional, mientras hacía un paneo para mirar fijamente a los ojos de Eduardo Gómez, el papá que no tuvo, y a los redactores Marcos Nivar y Freddy Tapia…”después de esa vez más nunca en mi vida yo pensé matar a ese tipo, ni por ningún motivo matar a otro ser humano.
Me sacó eso de la cabeza”. Yo digo que en la vida no hay coincidencia, Dios tiene un plan divino. Por increíble que parezca, en mi vida siempre he tenido el apoyo importantísimo de personas en momentos dificilísimos”.