EL NUEVO DIARIO, ROMA.- Las altas tasas de hambre y obesidad coexisten cada vez más países, hogares y personas, como en el caso de los niños que sufren desnutrición aguda y tienen más probabilidad de ser obesos en su etapa adulta.
Según el último informe de la ONU sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, 59 países afrontan una importante “doble o triple” carga de la malnutrición en sus distintas formas.
Destacan por registrar simultáneamente altos niveles de obesidad en adultos, sobrepeso infantil, retraso del crecimiento, emaciación (peso bajo para la estatura) en niños o anemia en mujeres.
Indonesia es el único en el que se observa una prevalencia elevada de las tres formas de malnutrición infantil, mientras que el sobrepeso y el hambre tienen una fuerte presencia entre los niños de países árabes como Egipto o Libia, subsaharianos como Sudáfrica o Botsuana, o del Pacífico como Papúa Nueva Guinea, por citar algunos.
No solo preocupa el aumento a menudo del sobrepeso y la obesidad en los mismos países y comunidades que presentan niveles elevados de desnutrición infantil, sino también la carencia de micronutrientes (vitaminas y minerales) que afecta a 1.500 millones de personas en el mundo.
La coexistencia de múltiples tipos de malnutrición puede verse en una misma persona durante toda su vida, desde una mujer con sobrepeso y falta de hierro, hasta un niño con hambre crónica que con el tiempo termina siendo obeso.
“Es más probable que el niño que nace con bajo peso y crece rápidamente pueda adolecer después de sobrepeso”, sostiene a Efe el director de Nutrición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Francesco Branca, que lo atribuye a “razones biológicas” y a una “mayor sensibilidad” al ambiente alimentario cuando ya se ha sufrido malnutrición.
A su juicio, cuando un país pasa de tener ingresos bajos a medios, “el sistema alimentario cambia y se aprecian ciertas enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta y el sobrepeso que empiezan a crecer, sin que las otras formas de malnutrición desaparezcan”.
Esa transición está marcada por un mayor consumo de alimentos altamente procesados e hipercalóricos, con alto contenido en grasas, azúcares y sal, y un creciente sedentarismo.
El director de Estadística de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Rosero, precisa que los hogares con menos recursos tienden a sustituir alimentos nutritivos por otros más baratos pero de menor calidad, algo que sucede en los países ricos y cada vez más en los pobres.
Recuerda que cuando una familia experimenta ciclos de mucha disponibilidad de alimentos -que comen compulsivamente- y otros de privación, “existe un cambio metabólico en las personas que les hace acumular más grasa en tiempos de abundancia y absorber de manera diferente los alimentos”, aumentando su tendencia al sobrepeso.
También alerta sobre el “estrés” ligado a la inseguridad alimentaria, situación que puede afectar a las madres más vulnerables y poner en riesgo la lactancia, importante para la prevención de la salud en los seis primeros meses de vida de sus hijos.
Los niños sufren así desde el inicio las consecuencias de una alimentación inadecuada, aunque las cifras a nivel global hablen de una disminución en las tasas de retraso en el crecimiento (del 25 % en 2012 al 22 % en 2017), que todavía representan a 151 millones de menores de cinco años.
Más de 50 millones de niños tienen un peso bajo para su estatura y otros 38 millones padecen sobrepeso, según Naciones Unidas.
“La desnutrición infantil está descendiendo en todas las regiones, excepto en África, mientras que los niveles de sobrepeso y obesidad están aumentando en todas las regiones, incluida África”, afirmó esta semana el jefe del programa de nutrición global del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), Víctor Aguayo, en la presentación del informe.
Branca critica que, en el fondo, “los sistemas alimentarios no están haciendo su trabajo” y pide mayores esfuerzos para producir alimentos de calidad y venderlos a precios asequibles, sin olvidar otros factores que influyen en la malnutrición como la falta de atención sanitaria, higiene o agua potable.