Mientras en otros puntos del planeta las fronteras siguen marcando conflictos o tensiones territoriales, en el río Bidasoa ocurre justo lo contrario. Desde el 1 de agosto, un pequeño islote que separa Irún de Hendaya ha pasado, como cada año, a manos francesas.
No es una disputa, ni una cesión polémica, sino que se trata de un acuerdo diplomático firmado hace más de siglo y medio que sigue vigente. Durante seis meses, la Isla de los Faisanes está bajo administración de España; los otros seis, bajo control de Francia.
Cabe señalar que el cambio es simbólico y está perfectamente reglado, por lo que no hay vigilancia, ni barreras, ni movimiento de tropas. Solo una ceremonia entre autoridades navales y locales que, desde hace generaciones, sella uno de los condominios más singulares del mundo.
No es una cesión de territorio como tal, sino una fórmula pactada y estable que transforma este lugar en un modelo de cooperación entre dos países con siglos de historia compartida.
Un islote con una historia descomunal
La Isla de los Faisanes mide apenas 6.820 metros cuadrados, por lo que no tiene casas, ni caminos, ni electricidad, ni habitantes, solo vegetación, un monolito conmemorativo y mucha, pero mucha historia.
Es importante mencionar que el acceso está restringido, por lo que no se puede visitar libremente, salvo en contadas ocasiones oficiales o durante eventos culturales muy concretos. Pero su valor no está en lo que tiene, sino en lo que representa.
España se encarga del islote del 1 de febrero al 31 de julio, mientras que Francia toma el relevo del 1 de agosto al 31 de enero. El traspaso no genera conflictos, solo una discreta ceremonia entre los comandantes navales de San Sebastián y Bayona, acompañados por autoridades locales de Irún y Hendaya.
El acto tiene mucho significado para ambos países, sobre todo porque es una muestra de cómo puede mantenerse una frontera compartida sin litigios, sin disputas territoriales y sin alterar el día a día de nadie.
El escenario donde se firmó la paz entre dos potencias europeas
Aunque ahora se mantenga en silencio, la Isla de los Faisanes fue, en su día, centro de decisiones clave para Europa. Aquí se celebraron las largas conferencias que desembocaron en la firma del Tratado de los Pirineos, en 1659, que puso fin a décadas de guerras entre España y Francia.
Como colofón, se pactó el matrimonio entre Luis XIV y la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV. Fue un movimiento político, sí, pero también un símbolo de reconciliación.
Un año después, los dos monarcas ratificaron el acuerdo en el mismo islote, cada uno desde su ribera, acompañados de sus respectivas delegaciones. Aquel encuentro dejó huella incluso en el arte, puesto que el pintor Diego Velázquez estuvo presente como aposentador real.
¿Por qué se llama Isla de los Faisanes si no hay faisanes?
El nombre de la isla confunde a cualquiera, porque no hay faisanes, ni los ha habido. La explicación está en una cadena de errores de traducción, donde el término original en euskera era Pausua, que significa “paso”, en referencia al lugar de tránsito.
Al pasar al francés se convirtió en Île des Paussans, más tarde deformado como Île des Faisans. Cuando llegó al castellano, se tradujo literalmente sin revisar el sentido. Así quedó bautizada como Isla de los Faisanes, aunque el nombre no tenga nada que ver con su realidad.
En tiempos donde las fronteras suelen asociarse a muros, controles o restricciones, este pequeño islote demuestra que también pueden ser espacios de entendimiento, por lo que aquí no hay tropas ni banderas enfrentadas.
Lo que hay es un pacto silencioso que ha funcionado sin incidentes durante más de 150 años. Un equilibrio que no responde a intereses estratégicos ni a rivalidades políticas, sino al compromiso de cuidar un espacio compartido.
No encontrarás muchos lugares donde dos países se turnen un territorio sin discutir. La Isla de los Faisanes lo hace posible porque su valor no está en lo que produce, sino en lo que representa, que es la capacidad de respetar un acuerdo sin necesidad de imponerlo.
Hoy, ese gesto vuelve a repetirse, donde España ha entregado, por seis meses, la gestión de este rincón fluvial a Francia, y lo hará sin protestas ni titulares. Y en febrero, recuperará su turno, así de sencillo gracias al Tratado de Bayona de 1856.
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