¿Qué pasaría si mañana internet se apagara en todo el mundo y no regresara hasta dentro de un mes? Para poner a prueba esta idea, le pregunté directamente a una inteligencia artificial. Su respuesta fue que sería el fin del mundo.
La frase, por supuesto, no debe leerse de forma literal, pero sirve como advertencia clara sobre lo que supondría un apagón global de la red, sobre todo en esta década donde la conexión se ha convertido en algo esencial y vital de la sociedad moderna.
De él dependen la economía, la comunicación, el transporte, la energía y hasta los servicios básicos que damos por garantizados. Quitar internet durante treinta días sería como detener el corazón de un cuerpo, la vida seguiría, pero con enormes dificultades.
Este experimento no busca alimentar teorías catastrofistas, sino mostrar hasta qué punto hemos construido un mundo totalmente dependiente de la conectividad. Ayuda a dimensionar qué aspectos se vendrían abajo primero y cuáles podrían sostenerse, aunque fuera de manera precaria.
Por qué la IA respondió que sería “el fin del mundo”
La frase resume una idea sencilla: nuestro día a día está diseñado sobre la base de la conexión permanente. No hablamos de un lujo, sino de una infraestructura esencial. Si se corta internet, la cadena de consecuencias es inmediata.
El fin del mundo no significa la desaparición de la humanidad, sino el derrumbe temporal de la forma en que funciona la sociedad actual. Una metáfora que, exagerada o no, refleja la magnitud real de la dependencia digital.
Tendría un impacto inmediato en la economía
En cuestión de horas, los bancos dejarían de operar con normalidad, donde no habría transferencias electrónicas, pagos con tarjeta ni acceso a banca online. Las bolsas se paralizarían y el comercio electrónico desaparecería de golpe.
La logística, que depende de sistemas en la nube para coordinar transportes, sufriría interrupciones críticas. Supermercados, farmacias y gasolineras se enfrentarían a desabastecimientos porque los pedidos ya no podrían gestionarse.
Asimismo, el dinero en efectivo volvería a circular con fuerza, pero no supliría la velocidad y coordinación que proporciona internet. Así que este sería el primer golpe, incluso sucedería en las primeras horas sin internet.
Los servicios básicos estarían en riesgo
Los hospitales se verían obligados a trabajar sin sistemas de gestión digital, complicando citas, historiales médicos, así como coordinación de emergencias. Los aeropuertos sufrirían retrasos masivos al perder las plataformas de control de vuelos.
El transporte público, desde autobuses hasta trenes, quedaría desincronizado y la energía eléctrica también estaría en riesgo, y es que la distribución actual se apoya en redes inteligentes conectadas. Existen protocolos de emergencia, pero con menor eficiencia, lo que aumentaría las incidencias.
Habría un parón laboral y educativo
Millones de personas que hoy trabajan en remoto verían su actividad suspendida. Las empresas tendrían que improvisar métodos de coordinación analógicos, algo cada vez más inviable en estos tiempos.
Las universidades y colegios que dependen de plataformas online cancelarían sus clases virtuales. Un corte de internet no solo afectaría a la enseñanza a distancia, también a la investigación, que se nutre de datos compartidos en red.
Sin WhatsApp, redes sociales ni correo electrónico, la comunicación global se reduciría al teléfono fijo, la radio y la televisión. Para las generaciones acostumbradas a la conexión continua, como la generación Z e incluso los millennials, el golpe psicológico sería enorme.
La ansiedad, la frustración, así como la sensación de aislamiento marcarían el día a día de millones de personas. Para muchos, la pérdida no sería solo práctica, sino emocional, sobre todo porque internet es hoy también un espacio de identidad y pertenencia.
Habría una dimensión política y geopolítica
Los gobiernos perderían la capacidad de vigilar, coordinar y reaccionar en tiempo real. La gestión de emergencias se volvería mucho más lenta, países enteros quedarían sin sistemas de ciberseguridad, abriendo la puerta a sabotajes o crisis internas.
En el terreno internacional, la falta de comunicación global podría generar tensiones o incluso conflictos. En un mundo interconectado, la ausencia de internet significaría un vacío de información que complicaría la diplomacia y el comercio.
Tenemos una enorme dependencia digital
Cuando la IA respondió “sería el fin del mundo”, no pretendía un titular apocalíptico, sino condensar la magnitud del impacto. El mensaje es claro, y es que internet no es solo una herramienta vital para muchas cosas, es la infraestructura que sostiene la vida moderna.
Podríamos sobrevivir con tecnologías previas como el dinero en efectivo, la radio o la prensa en papel, pero la sociedad actual está diseñada sobre la conectividad constante. Un mes sin ella nos obligaría a improvisar, con un coste económico y social histórico.
Pensar en un escenario extremo como este sirve para tomar conciencia de lo vulnerables que somos. Internet es ya imprescindible para lo esencial —bancos, hospitales, energía—, pero también para lo cotidiano: desde pedir un café con tarjeta hasta llamar a un taxi.
Este tipo de ejercicios plantea una pregunta, ¿deberíamos contar con planes de contingencia reales? La resiliencia digital no se limita a proteger los servidores de un ciberataque, también implica imaginar cómo funcionaría la sociedad sin internet durante un tiempo prolongado.
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Etiquetas: Inteligencia artificial






