Los cocainómanos nos quedamos en Twitter

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El académico y premio Princesa de Asturias Antonio Muñoz Molina nos invitaba este sábado desde El País a hacer la revolución. Esta revolución no era contra la academia, las princesas o los medios tradicionales, sino contra una red social, Twitter (X). En su pieza, titulada Invitación a una revuelta, reconocía que el mínimo consumo atolondrado de algunas drogas en su juventud le había preparado para no caer en la adicción al microblogging. Desde la sabiduría que da la experiencia, exhortaba al vulgo al abandono de la red social de Elon Musk, conocido mimo nazi.

El artículo establecía una acrobática similitud entre abrirse y mantener una cuenta en Twitter y darse a la cocaína. Esto me ha parecido gracioso, pues mucha gente que conozco que ha dejado Twitter no ha dejado la cocaína. La desafección súbita hacia esta red social, y las consiguientes despedidas, se han producido principalmente entre miembros de la farándula, de las artes, de la política y, por resumir, de los afters. Han conseguido dejar Twitter con más facilidad que la cocaína, así que tan cocaína no será.

Mucha gente que conozco que ha dejado Twitter no ha dejado la cocaína

Muñoz Molina reconoce sin darse cuenta que el progreso le resulta intrínsecamente politoxicómano. Antes no había redes sociales y la gente era sana. Llegó Mark Zuckenberg y creó Facebook, y ahí empezó la adicción que nos destruirá si no hacemos caso al académico. Por desgracia, no hubo un Muñoz Molina que advirtiera al mundo de los peligros aparejados a la invención del teléfono, de la televisión en color o de la imprenta. La imprenta, la televisión colorida y el teléfono generaron sus propias adicciones. La gente no daba abasto para todo lo que había que leer; las telenovelas y el fútbol tenían a los matrimonios esnifando pantalla cada tarde y cada noche; los adolescentes no paraban de hablar por teléfono como yonquis. Se progresa siempre hacia la coca.

Nuestro autor lleva publicando en El País desde marzo de 1980. Ahí expresa libremente sus opiniones sobre lo que le apetezca, y además le pagan. Tiene uno la impresión de que para expresar tus opiniones en El País siempre ha sido bueno llevarse bien con Muñoz Molina. Esto quiere decir que en El País se opina siempre correctamente a ojos de don Antonio.

placeholder Elon Musk, dueño de Twitter (X). (Reuters/Mike)
Elon Musk, dueño de Twitter (X). (Reuters/Mike)

La invención de Internet y la llegada de diversas plataformas de difusión de textos permitió a cualquier persona del mundo opinar tan libremente como Muñoz Molina, aunque gratis. Los blogs o bitácoras, los post de Facebook, los pequeños billetes de Twitter, agitaron el pensamiento colectivo, el circo de las ideas y de las manifestaciones. De los blog surgieron escritores (numerosos blogs acabaron siendo libros, de hecho), y de Twitter nacieron columnistas, humoristas o famosos de porque sí. Ahora mismo, la radio no la hacen en las emisoras de radio, sino en un cuartucho con dos micrófonos y una mesa cierta gente joven que no necesita llevarse bien con nadie. El éxito genera adicción, sin duda, y diversos post y diversos podcast tienen mucho mayor alcance y reconocimiento que cualquier cosa que venga en el periódico. Decirle a los ciudadanos que dejen Twitter es pedirles que renuncien voluntariamente a la libertad de expresión, resumida y delegada convenientemente en un señor que lleva cuarenta y cinco años ejerciéndola en exclusiva.

Uno de mis principales agobios a la hora de escribirles estas cosas procede de ver cómo un asunto consigue ser prácticamente agotado desde todos los ángulos por la inteligencia colectiva de Twitter. Eso me lleva a esforzarme mucho para decir algo distinto, y no incurrir en puras simplezas. Entiendo (y es comprobable) que Muñoz Molina no tiene este problema.

Si hay algo que define al señorito de hoy es que no disponga de cuenta en Twitter. “Ni una sola vez en mi vida he entrado en Twitter o X”, afirma Muñoz Molina. Curiosamente, enseguida insta a “periódicos, instituciones, servicios esenciales y dirigentes” a abandonar Twitter. Si toda esta oficialidad y poderío está en Twitter, ¿qué tiene de malo? Vemos a dirigentes y “servicios esenciales” reunidos con millones de ciudadanos anónimos en un espacio de comunicación e intercambio de enorme utilidad (recuerden la importancia que con la DANA tuvieron los tuits de la AEMET), pero para Muñoz Molina la gente corriente debería ser totalmente abandonada por todos ellos. Si quieren saber algo o quejarse, que envíen una carta a Moncloa. Ya se les contestará.

Por desgracia, no hubo un Muñoz Molina que advirtiera del peligro aparejado a la invención del teléfono, de la tele en color o de la imprenta

También participan en esta red social innumerables escritores, actores, políticos, profesores y cineastas. Puedes aprender mucho de ellos si no eres un pontífice de tu propio ego. Hay “hilos” de usuarios desconocidos verdaderamente brillantes, que llegan y solazan a millones de personas. Hay mucho humor. El primer lugar donde se muere la gente es en Twitter. Si pasa algo gigantesco y devastador (de nuevo, la DANA en Valencia), no apartamos los ojos de esta red social. Ahí la gente, el pueblo, las personas sin voz, comunican en directo lo que está sucediendo en la calle donde viven.

Hasta del artículo de Antonio Muñoz Molina me he enterado por Twitter.

Todo este tejido social quiere ser aniquilado por una minoría pontifical y reaccionaria, como cuando se interceptaban las cartas en los regímenes totalitarios o se prohibía viajar al extranjero o se censuraba la lectura de Lolita, Madame Bovary o el visionado de El último tango en París. Es por tu bien, el silencio, la ignorancia, la soledad. Hacer comunidad en Twitter es cocaína. Aislar a los ciudadanos, una revuelta.

El académico y premio Princesa de Asturias Antonio Muñoz Molina nos invitaba este sábado desde El País a hacer la revolución. Esta revolución no era contra la academia, las princesas o los medios tradicionales, sino contra una red social, Twitter (X). En su pieza, titulada Invitación a una revuelta, reconocía que el mínimo consumo atolondrado de algunas drogas en su juventud le había preparado para no caer en la adicción al microblogging. Desde la sabiduría que da la experiencia, exhortaba al vulgo al abandono de la red social de Elon Musk, conocido mimo nazi.

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