Palabras de la Dra. María León Cabral en la entrega de la Orden de las Artes y las Letras de Francia

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Chers amis:

En su respuesta al discurso de ingreso de Margarite Yourcenar a la Academia Francesa, Jean D’ Ormesson afirma que:

“La historia es una continuidad; es también una impaciencia. Mira tanto hacia el mañana como hacia el ayer. Orientadas tanto hacia el porvenir como hacia el pasado, las tradiciones (…) están hechas a la vez para ser respetadas y sacudidas. Están hechas para que el recuerdo no sea sino el prefacio de la esperanza. Todos conocemos la célebre frase: “La tradición es un progreso que ha tenido éxito”. La tarea más alta de la tradición es la de darle al progreso la gentileza que ella le debe… y la de permitir que el progreso surja de la tradición así como la tradición ha surgido del progreso.”

D’ Ormesson, formado bajo el canon de la cultura francesa, puede establecer esa singular relación de interdependencia entre tradición y progreso porque Francia, mucho más que un país, es el símbolo de una cosmovisión en la que conviven aportándose mutuamente, el pasado, el presente y el porvenir.

Y como hoy nos convoca la France —el arte, las letras y la cultura—, hay que destacar la influencia de este cosmos en el mundo hasta nuestros días, pues desde la libertad de expresión y de culto, defendida por Voltaire, pasando por los nuevos pactos sociales propuestos por Rousseau, hasta la concepción republicana elaborada por Montesquieu, están permeadas nuestras utopías. ¿Cómo no ver la influencia que el espíritu democrático y liberal francés marcó en Europa y en América a través de las ideas y la práctica política, jurídica y social que han prevalecido hasta hoy? El Derecho Civil que nos dota de una identidad legal y nos permite contar con un nombre propio, con todas sus atribuciones, es un producto legítimo de esa tradición humanista de Francia.

Para los que pertenecemos a la civilización occidental, una parte significativa de nuestro “capital cultural”, del que hablaba Pierre Bourdieu, la debemos a Francia, por su defensa apasionada y permanente de la belleza, del conocimiento y de la libertad.  

Desde el llamado Siglo de las Luces, los principales exponentes en la literatura, las artes y las ciencias, en esta parte del mundo que llamamos Las Américas, han tenido en sus pares franceses un referente imprescindible y, en ocasiones, un faro para enrumbar sus obras. Rubén Darío se sintió inspirado por Baudelaire, y admiró a París proclamándola como “la ciudad luz”; la misma en que nuestro Iván Tovar, dice haber descubierto “la poesía del silencio”.

Desde las postrimerías del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, muchos artistas, escritores y médicos dominicanos se nutrieron de la educación y las enseñanzas de Francia, trayendo al regresar aquellos saberes, experticias y sensibilidades aprehendidas, como hicieron en el campo de las artes y las letras el escritor e historiador Bernardo Pichardo Patín, la escritora  Hilma Contreras, Abigail Mejía —una de las mujeres de más altos vuelos intelectuales y humanistas del siglo XX dominicano—, la pianista Julieta Licairac, el escritor y expresidente Joaquín Balaguer -de origen hugonote-, o Tomás Hernández Franco, el poeta que ante la partida de una hermosura que lo ha hechizado, hace vibrar su lira con estos versos: 

“Cuando, en un triste día, mires caer la nieve

allá, sobre la estepa de tu propio país,

quizás el viento tristemente te lleve

una estrofa de estas que te dije en París…”

Otros artistas y escritores dominicanos llegarían a Francia finalizando el siglo XX, y su influencia se mantendrá poderosa al comenzar el siglo XXI, como José García Cordero, Vicente Pimentel, —quien en 2022, durante la Semana de América Latina y el Caribe, recibió el reconocimiento más alto que otorga el Senado de Francia a los aportes de un nacional de nuestra región— o Juan Carlos Mieses, nuestro Premio Nacional de Literatura 2024, en cuyas obras los críticos han encontrado los inconfundibles ecos de Paul Valery.

En esa voluntad de difundir conocimientos imprescindibles para la vida de los pueblos, las ciencias médicas dominicanas se han enriquecido a través del tiempo del humanismo de la escuela francesa, por vía de profesionales con una formación de alto nivel, portadores de valores, actitudes y prácticas que promueven una auténtica vocación de servicio.  Menciono al doctor Alejandro Llenas, primer médico dominicano en residir en Francia en 1870; el doctor José Dolores Alfonseca, que sería vicepresidente de la República en 1929, y firmaba sus prescripciones médicas como “Alfonseca de París”; Darío Contreras, doctorado en la Universidad de París; el santiaguero Salomón Jorge, que fue miembro de la Sociedad Francesa de Cardiología, considerado Maestro de la Medicina y la Cardiología Dominicana, y condecorado en 1978 por el Gobierno de Francia con la Orden Nacional del Mérito en el grado de Caballero. Imposible no recordar a los doctores Heriberto Peter y Salvador B. Gautier, entre otros muchos.

¡Gratitud a Francia, por circular ese capital cultural que aporta en los relieves del tiempo y que trasciende latitudes! ¡Vive la France!  

Con las ideas, el arte y la tecnología francesas —como el cinematógrafo Lumiere donde se proyectó la primera película en el país, en la ciudad de Puerto Plata—, nos llegó también su concepción objetivada de la belleza a través de la alta costura, ese espacio donde pueden convivir sin discrepancias el arte y la industria.  En 1954 la prestigiosa Casa Dior incluyó a la ciudad de Santo Domingo para realizar en ella uno de sus desfiles, durante la primera gira por América Latina. Siete años después, en 1961, llegaría a París nuestro Oscar de la Renta, para trabajar en la famosa Casa Lanvin, comenzando su exitosa carrera en el mundo de la moda.

Así, los esfuerzos por preservar, rescatar y difundir la memoria común han contribuido al mutuo conocimiento. Un conocimiento que, como vemos, nos hermana. Y como parte de esos esfuerzos, el Centro León dio a conocer al público dominicano en 2004, la exposición Théodore Chassériau: Obras sobre el papel, como homenaje a ese valioso artista francés nacido en nuestra hermosa península de Samaná, cuya vida y genio concretaron finalmente el abrazo de la Galia transalpina y cisalpina de Julio César, cobijada de robles sagrados donde descansaba… ¿Zeus… o Júpiter… o quizás el dios galo-celta Esus?… y los sueños fallidos de una Villa Napoleónica en la disputada y trasatlántica península dominicana, sembrada de inmensos cocotales llamados de la vida o del cielo. En el talento de ese niño dominico-galo, nacido entre las aguas del Salto del Limón, se abrazaron dos pueblos como solo pueden y deben abrazarse los pueblos: con un lápiz, un papel o un pincel… Es decir, abrazarse a través de la palabra, del arte y la cultura.

Aquella exhibición de obras de Chassériau, un artista hasta entonces casi inaccesible en la historia de nuestro arte nacional, resultó el acontecimiento cultural más importante del año, no solo por el valor artístico de las obras exhibidas, sino también por ser esa la primera ocasión en la que instituciones de prestigio internacional como el Museo del Louvre y la Biblioteca Nacional de Francia, presentaban una exposición conjunta cuyas sedes les corresponderían al Centro León y al Museo de Arte Moderno.

A partir de ese momento —y del arte de ese niño tan nuestro y de ustedes—las relaciones del Centro León con las instituciones y la Embajada de Francia en la República Dominicana han continuado aportando a esa voluntad de aumentar el conocimiento mutuo y la colaboración. Un ejemplo fue el Programa de Arqueología Preventiva, diseñado para fortalecer las capacidades de especialistas dominicanos en arqueología, a través de instituciones francesas como el Museo del Hombre, de París, y la Universidad de las Antillas. Una arqueología que, más allá del necesario conocimiento científico, trata de expandirse hacia la formación de una actitud de pensamiento crítico, analítico y reflexivo, entre nuestros niños y jóvenes, a través de dispositivos pedagógicos especialmente diseñados para ese propósito. Es enseñar a hacer arqueología del pensamiento.

En 2019 el museo Memorial ACTe, de Guadalupe, recibió la exposición Tesoros del Arte Taíno, para establecer un enriquecedor diálogo con los estudios arqueológicos del Caribe francés. Asimismo, se han establecido vínculos con la escena nacional de Martinica “Tropiques Atrium”, y con la Fundación Clément. El apoyo de la Embajada de Francia ha sido crucial también para la publicación de libros como Indigenismos antillanos, de María José Rincón, sobre el aporte de las lenguas indígenas americanas al español; Pueblo Taíno, una brevehistoria de nuestros pueblos originarios, y La niña que hablaba con el mar, ambos de María Teresa Ruiz de Catrain.

La Alianza Francesa —sede de este acto—, una institución que nos llegó por Santo Domingo hace 110 años, en 1914, y que en1966 abrió sus puertas en esta ciudad de Santiago de los Caballeros, ha mantenido con nosotros, desde la creación del Centro León hace 21 años, las más fructíferas relaciones interculturales, a través de actividades como la Semana de la Francofonía, la Fiesta de la Música, el Festival Internacional de Cine Independiente, el Festival de Música Vocal, el entrenamiento en idioma francés para guías de museo, la implementación de la Metodología para la Integración de las Artes, además de charlas y conferencias con especialistas en arte, antropología, historia y otras ciencias.   

Quiero agradecer al Ministerio de Cultura de Francia, en la persona de la ministra Rachida Dati, a las ilustres personalidades que conforman el Consejo de la Orden de las Artes y las Letras, a su Excelencia la Sra. Sonia Barbry, Embajadora de Francia en la República Dominicana, a Brigitte Veyne, Consejera de Cooperación y de Acción Cultural de la Embajada de Francia, por esta distinción que nos honra y nos compromete a trabajar con más pasión y entusiasmo en la obra de cultura humana que nos une.

Decía nuestro más grande humanista, Pedro Henríquez Ureña que “Si las artes y las letras no se apagan, tenemos derecho a considerar seguro el porvenir.”   Por eso, recibir esta Orden de las Artes y las Letras, constituye un gran honor para la familia León, en cuyo nombre la recibió mi padre, José León Asensio, en el año 2009, y hoy también la recibo a nombre de la tercera generación, confirmando aquella idea de André Malraux de que “La cultura no es solo lo que conecta a las personas entre sí, es lo que conecta a cada generación con la siguiente, ofreciéndoles las claves para entender lo que está más allá de ellas. Sin cultura, el hombre permanece prisionero de su tiempo, incapaz de proyectarse en el porvenir”.

Merci à tous.

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