Wicked for Good es el tipo de secuela que no busca eclipsar el espectáculo luminoso de la primera entrega, si no darle un peso emocional más profundo, casi inevitable, a la historia de dos mujeres destinadas a separarse por la crueldad del poder.
La película retoma la narrativa justo donde quedó, sin perder tiempo en transiciones ni recapitulaciones. Elphaba está fugitiva, Glinda está atrapada en un papel que empieza a sentir como una prisión maquillada de rosa, y Oz está al borde del colapso moral mientras el Mago y su maquinaria de propaganda intentan controlar cada pensamiento dentro de la ciudad esmeralda.
La historia se desarrolla con un ritmo más contemplativo que su predecesora, algo que puede sorprender a quienes esperan otra ráfaga de energía pop. Pero aquí el director Jon M. Chu apuesta por algo distinto: un viaje más introspectivo, más adulto, donde el espectáculo no desaparece, pero se coloca al servicio de la tragedia emocional que define el destino de Elphaba y Glinda.
La amistad que una vez fue el eje luminoso de la primera película es ahora un recuerdo que pesa, y ese contraste le da a la secuela un tono más vulnerable y a la vez más poderoso.
Cynthia Erivo domina la pantalla desde su primera aparición. Su Elphaba ya no es la joven idealista que buscaba justicia dentro del sistema; es una mujer consciente de que la única forma de luchar es romper las reglas. La persecución implacable de las criaturas parlantes,sometidas por un gobierno que busca silenciar todo lo que no puede controlar, marca un puntode no retorno para ella.
Cada acto de rebelión que ejecuta se siente más desesperado, más violento y más cargado de dolor.
Erivo canta como si cada nota fuera un latido, y cuando llega el momento de “No Good Deed”, la película encuentra su centro emocional: una explosión de furia, sacrificio y vulnerabilidad que coloca al personaje en su versión más completa y desgarradora.
Ariana Grande, por su parte, encuentra en esta segunda parte el espacio para demostrar un rango emocional más amplio que el de la primera entrega. Glinda ya no es solo una figura dulce o ingenua; ahora es alguien que empieza a ver las grietas del mundo que representa.
La forma en que su personaje es manipulado por la maquinaria política del Mago es uno de los elementos más interesantes de la película, porque permite explorar cómo el poder moldea narrativas, destruye reputaciones y convierte a personas inocentes en armas.
Grande juega con esa dualidad entre lo que el público espera de ella —perfección, brillo, ligereza— y lo que la historia le exige —culpa, duda, desilusión—, construyendo una interpretación más íntima y humana.
Jeff Goldblum se convierte en una figura casi mítica en este capítulo final. Su Mago es un maestro del engaño, un manipulador brillante que utiliza su carisma como un arma peligrosa.
Lo fascinante es cómo la película le permite revelar su verdadera naturaleza: una mezcla de inseguridad, ambición y una necesidad urgente de controlar todo lo que le teme. Goldblum le da un matiz trágico, casi shakesperiano, a un personaje que podría haber sido puro artificio.
Michelle Yeoh también ofrece una presencia sólida como la mente fría que sostiene la propaganda del régimen, una antagonista cuya serenidad inquieta más que cualquier grito.
La película dedica un espacio importante a detallar los orígenes de personajes icónicos del cuento clásico: el Hombre de Hojalata, el León y el Espantapájaros. Pero aunque estos momentos funcionan como guiños interesantes, nunca llegan a robar protagonismo a la historia principal.
Son piezas que completan el rompecabezas, pero no determinan el tono. En algunos casos, estas revelaciones pueden sentirse algo evidentes, pero en general mantienen una coherencia narrativa que honra al mito sin distraerlo.
Lo más admirable de esta segunda parte es la manera en que transforma su magia visual en un vehículo para el comentario social. La construcción de la famosa carretera de ladrillos amarillos se muestra bajo una luz brutal, lejos de la fantasía infantil.
Elphaba y los animales perseguidos aparecen siempre en sombras, en refugios improvisados, mientras la ciudad brilla con una belleza engañosa. Esta dualidad crea un subtexto político que la película nunca verbaliza, pero que se siente en cada imagen. Las referencias a regímenes totalitarios y a la manipulación colectiva no son sutiles, pero sí efectivas; la película sabe que el público actual entiende muy bien la relación entre propaganda, miedo y control.
Lo técnico vuelve a ser sobresaliente. El diseño de producción, los colores, la iluminación y los efectos mantienen el estilo opulento del primer filme, pero lo desplazan hacia un tono más sombrío.
Los nuevos números musicales se integran con fluidez, y dos canciones inéditas tienen el potencial de convertirse en favoritas entre los fans del musical original. La cámara de Chu se mueve con elegancia, especialmente en los momentos íntimos entre Glinda y Elphaba, donde cada gesto y cada silencio pesan más que cualquier diálogo.
Hacia el final, la película consigue algo que parecía imposible: conecta con la historia clásica sin traicionar su propio discurso. El momento en que una niña de Kansas aterriza inesperadamente en Oz marca un punto de inflexión que detona la tragedia que ya conocemos, pero la película encuentra la forma de darle sentido dentro de esta reinterpretación moderna. No se siente forzado ni gratuito; se siente inevitable.
El desenlace no busca complacer ni suavizar. Es fiel al espíritu del musical y al mensaje de la historia: la verdad no siempre gana, pero las personas que la defienden dejan una huella que nadie puede borrar. La relación entre Elphaba y Glinda encuentra un cierre doloroso, sí, pero también honesto y profundamente humano. La película entiende que no todas las historias necesitan justicia perfecta; algunas solo necesitan verdad.
En definitiva, Wicked: Parte 2 no intenta superar el espectáculo de la primera entrega, sino completarlo con madurez, sensibilidad y fuerza emocional.
Es un cierre poderoso, visualmente hermoso y emocionalmente devastador que reafirma el impacto del musical y le da una dimensión cinematográfica inolvidable. Entre la tragedia, la magia y el corazón roto, esta segunda parte logra lo más difícil: que comprendamos, de una vez por todas, por qué dos amigas destinadas a brillar juntas terminaron separadas por un mundo que nunca estuvo preparado para ellas.




