En un mar de películas de acción que repiten la misma fórmula con diferentes explosiones, “A Working Man”, que se exhibe en los cines dominicanos, intenta algo distinto, aunque solo lo logre a medias.
Dirigida por David Ayer y protagonizada por Jason Statham, la cinta combina el drama del trabajador común con la brutalidad seca del thriller urbano.
El resultado es una historia que, si bien no rompe esquemas, sí busca anclarse en una humanidad más real y menos espectacular.
Statham interpreta a Levon Cade, un exsoldado de élite que ha dejado atrás su vida violenta para criar a su hija y trabajar en construcción.
Es un hombre de pocas palabras, con cicatrices visibles e invisibles. Cuando la hija de su jefe, un inmigrante latino, es secuestrada por una red de trata de personas, Levon no duda en tomar la justicia en sus manos.
Es una premisa que recuerda a otras cintas donde un protagonista con habilidades letales se convierte en vengador solitario, pero aquí el contexto laboral y social le da una textura distinta.
La película arranca con un ritmo pausado. Ayer construye el mundo de Levon como un retrato del hombre común: madrugar, cargar sacos de cemento, responder con respeto, vivir con dolor contenido.
Hay una elegancia en la sobriedad de las primeras escenas, donde la acción se contiene y se sugiere que A Working Man podría ser más un drama social que una cinta de venganza.
Cuando la violencia irrumpe, lo hace con furia, como si la película hubiera estado conteniéndola todo el tiempo.
Las secuencias de acción son crudas, directas, sin acrobacias ni música heroica. Cada golpe se siente con gravedad.
No hay espacio para el espectáculo: aquí, pelear es una forma de sobrevivir. Ayer, fiel a su estilo, mantiene la cámara cerca del cuerpo, del sudor, del asfalto.

A Working Man. Trailer subtitulado.
Lo interesante es que nunca glamuriza la violencia. No es cool. Es dolorosa, inevitable y triste.
Jason Statham ofrece una de sus interpretaciones más contenidas.
Cade es más silencioso que sus habituales personajes, menos carismático, más herido. No busca venganza por orgullo ni por gloria: actúa porque nadie más lo hará.
La actuación no busca sorprender, pero transmite exactamente lo que el personaje necesita: determinación, fatiga y un código moral inquebrantable.
David Harbour aparece como Gunny Lefferty, un excompañero de armas que ahora vive alejado de todo. Su personaje funciona como ancla emocional y espejo para Cade.
Mientras uno actúa, el otro reflexiona. Harbour aporta una profundidad que ayuda a equilibrar la película, mostrando que no todos los que han vivido la guerra están dispuestos a volver a ella. Sus escenas, breves pero potentes, le dan a la cinta un aire más introspectivo.
El elenco secundario cumple con su función sin grandes aspavientos. Michael Peña interpreta al jefe desesperado cuya hija ha sido raptada; Noemi Gonzalez y Arianna Rivas, como su esposa e hija, aportan humanidad y peso emocional.
También destaca Eddie J. Fernandez en un papel menor pero significativo, aportando autenticidad desde su experiencia como especialista en acción. Son personajes que no se desarrollan en profundidad, pero que sirven como anclas del mundo real.
Narrativamente, el guion no busca sorprender. Se apoya en una estructura lineal, predecible por momentos, pero clara.
La tensión se mantiene gracias a la urgencia de la misión y a la empatía que el espectador puede sentir por los personajes, más que por los giros argumentales.
Hay escenas que podrían haber sido más efectivas si se hubiese explorado más el impacto emocional de la violencia en los involucrados, especialmente en la familia.
Visualmente, la película apuesta por una estética austera, de colores fríos, casi industriales. Es un mundo de concreto, sudor y cicatrices.
No hay glamour ni escapismo. La cámara observa, nunca idealiza. En ese sentido, hay un esfuerzo por despojar al género de sus artificios más comunes y llevarlo a un terreno más terreno, más honesto.
Sin embargo, A Working Man no logra escapar por completo de los clichés del cine de acción. Aunque sus intenciones son claras —mostrar a un héroe común en un mundo descompuesto—, por momentos cae en lo que precisamente parecía querer evitar: la solución fácil, el enemigo caricaturesco, la resolución acelerada.
La crítica social está presente, pero no profundiza. El subtexto sobre inmigración, trabajo precarizado y corrupción se menciona, pero nunca se explora.
Aun así, hay algo admirable en su sinceridad. La película no pretende ser más de lo que es. No busca premios ni complicadas metáforas. Es una historia sobre un hombre cansado que, cuando todo falla, decide actuar. Y aunque el camino es sangriento, también está cargado de humanidad.
En ese sentido, A Working Man funciona como una elegía para aquellos que construyen el mundo desde el anonimato, los que madrugan, callan y aguantan. Los que, cuando todo arde, siguen de pie.
No es una gran película, pero es una película honesta. Y a veces, eso basta.