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La jurista y divulgadora Lucía Briones ha emprendido una labor pedagógica para derribar los tópicos que aún sobreviven sobre las prisiones españolas. Su intervención más reciente descarta la imagen del preso con mono naranja y número al pecho, tan habitual en las producciones norteamericanas, al recordar que dicho atuendo no forma parte de la realidad penitenciaria nacional.
Para reforzar su argumento, la experta subraya: “Aquí en España cada uno lleva la ropa que le da la gana, o al menos la que puede llevar”. El comentario, sencillo, pero revelador, invita a replantear los prejuicios sobre la indumentaria intramuros y acerca al lector a un contexto menos dramatizado y más cotidiano.
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En su exposición, la jurista reconoce que el desconocimiento popular amplifica estereotipos y confunde la moda carcelaria estadounidense con la que impera en nuestro país. De ahí su empeño en detallar cómo se regulan, de verdad, estas cuestiones dentro de las celdas.
Vestimenta cotidiana
El guardarropa de los internos depende, sobre todo, de las prendas que cada uno posee o puede recibir de sus allegados. Resulta frecuente ver a reclusos en chándal, ropa deportiva variada o incluso combinaciones más formales, como “pantaloncitos con su camisita bien arreglados”, explica Briones, quien recuerda que la dignidad personal también pasa por sentirse presentable.
Tal libertad de elección demuestra que el encarcelamiento no extingue los derechos fundamentales, entre ellos la posibilidad de mantener un aspecto aseado y coherente con la propia identidad. La letrada recalca que el atuendo se convierte en un modo de preservar la autoestima en un entorno donde los gestos cotidianos adquieren gran importancia.
El Ministerio del Interior emitió en 2024 un comunicado que prohíbe las prendas negras o azul oscuro susceptibles de confundirse con el uniforme de los funcionarios penitenciarios
Restricciones de seguridad
Aunque la práctica diaria muestre gran flexibilidad, el Ministerio del Interior emitió en 2024 un comunicado que prohíbe las prendas negras o azul oscuro susceptibles de confundirse con el uniforme de los funcionarios penitenciarios. La medida, enfocada a evitar riesgos, fija el único límite cromático relevante.
Pese a ello, Briones admite que la norma no siempre se cumple con rigor: “He visto que luego, en la práctica, cada uno va como le sale de ahí mismo, pero el comunicado está ahí”. La realidad, por tanto, combina regulación y cierta tolerancia derivada del sentido común dentro de los centros.
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J. García González
La propia jurista recuerda que muchos internos sí emplean mono, pero no de recluso, sino de trabajo. Esta distinción abre la puerta a otro aspecto menos conocido de la vida penitenciaria.
Formación laboral
En la prisión de Ocaña, numerosos reclusos participan en talleres industriales donde elaboran piezas para vagones ferroviarios. Cada persona se responsabiliza de una fase concreta, encajando su tarea con la del compañero, lo que genera dinámica de equipo y refuerza habilidades profesionales valiosas para la reinserción.
El proceso culmina en una sala de pruebas donde se coloca el vagón terminado y, tras pulsar un botón, una lluvia tropical artificial somete la estructura a un exigente test de impermeabilidad. La escena ilustra hasta qué punto las cárceles españolas fomentan la formación práctica y el trabajo cualificado, recordando que la privación de libertad no borra el derecho a crecer ni a planificar un futuro fuera de los muros.