- Tim Harford
- Serie “50 cosas que han hecho la economía moderna”
Hacer naves espaciales no es un trabajo en el que puedas permitirte ser inexacto.
En Lockheed Martin, por ejemplo, a un técnico le tomaba dos días hacer minuciosas mediciones de 309 ubicaciones para ciertos sujetadores en un panel curvo en particular.
Pero según Shelley Peterson, directora de tecnologías emergentes de esa compañía aeroespacial, el mismo trabajo ahora lleva poco más de dos horas.
El técnico comenzó a usar anteojos. Pero no cualquier par de gafas viejas: específicamente, las Microsoft Hololens.
Tienen la apariencia de unas voluminosas gafas de seguridad. Pero lo que hacen es superponer información digital sobre el mundo real.
En este caso, escanean el panel curvo, realizan los cálculos y le muestran al técnico exactamente dónde debe ir cada sujetador.
A los expertos en productividad les entusiasman e sobremanera los beneficios potenciales de los dispositivos de realidad aumentada como Hololens y Google Glass.
Muchos trabajos, después de todo, implican pausas frecuentes para consultar una pantalla que nos dice qué hacer a continuación.
Con anteojos inteligentes, podemos ver esas instrucciones mientras seguimos trabajando. Ahorra unos pocos segundos vitales al llevar la información de internet más rápidamente al cerebro.
Pero hace mil años, la información viajaba mucho más lentamente.
El (desconocido) origen
En El Cairo, en la década de 1010, el polímata nacido en Basora Hasan Ibn al-Haytham, conocido como Alhazen, escribió su obra maestra, “El libro de óptica”, pero pasaron dos siglos antes de que sus ideas se tradujeran del árabe.
Alhazen entendió la visión mejor que nadie.
La difusión gradual de sus conocimientos inspiró nuevas ideas.
En algún momento a finales del 1200 apareció el primer par de anteojos para leer del mundo.
El nombre de quien los hizo se perdió de las páginas de la historia, pero probablemente vivía en el norte de Italia.
Venecia, en particular, era un centro de fabricación de vidrio en ese momento, lo que era problemático, ya que los edificios estaban hechos de madera y los hornos de los fabricantes de vidrio a menudo causaban incendios.
En 1291 las autoridades de la ciudad desterraron todo el comercio a la vecina isla de Murano.
Para 1301 los “anteojos para leer” eran lo suficientemente populares como para aparecer en el libro de reglas del Gremio de Trabajadores de Cristal de Venecia.
Pero la mayor pista de los historiadores sobre el origen de los anteojos proviene de un sermón en 1306 de un fraile Giordano da Pisa.
El invento tenía ya 20 años, le dijo a su congregación en Florencia. Como señala Alberto Manguel en “Una historia de la lectura”, el fraile declaró que las gafas eran “uno de los dispositivos más útiles del mundo”.
Ver lo pequeño y lo grande
La lectura, en el mejor de los casos, cansaba la vista. Los edificios medievales no tenían grandes ventanales y la luz artificial era tenue y cara.
Además, al envejecer, se hace más difícil enfocar objetos de primer plano. Los monjes, eruditos, notarios y comerciantes de mediana edad simplemente tenían que resignarse a esa realidad.
Pero durante mucho tiempo las gafas fueron útiles solo para la pequeña minoría que podía leer.
Cuando apareció la imprenta, los anteojos llegaron a un mercado más grande. La primera tienda especializada abrió en Estrasburgo en 1466.
Los fabricantes pulían lentes que le ayudaban a la gente a ver de cerca y también los que permitían enfocarse en cosas lejanas.
Y cuando se juntaron las lentes cóncavas y convexas, se tuvieron los ingredientes básicos para un microscopio o un telescopio.
Ambos inventos surgieron de las tiendas de gafas de los Países Bajos alrededor del año 1600, abriendo mundos completamente nuevos al estudio científico.
Expansión ¿mundial?
Hoy en día damos por sentado que si no vemos bien, podemos usar anteojos... al menos en el mundo desarrollado.
Una encuesta realizada por el Colegio de Optometristas de Reino Unido indica que aproximadamente el 75% de la población británica usa anteojos o lentes de contacto o ha tenido una cirugía para corregir su visión. Algo similar ocurre en Estados Unidos y Japón.
Sin embargo, en los países menos desarrollados, la situación es muy diferente y solo recientemente obtuvimos una visión más clara de ella.
Históricamente, la Organización Mundial de la Salud ha recopilado datos sobre personas que tienen problemas de visión serios.
Muchos más pueden ver lo suficientemente bien como para apañárselas en la vida cotidiana, pero tener acceso a un par de anteojos mejoraría mucho su calidad de vida.
¿Pero cuántos son esos “muchos”?
El fabricante líder de lentes del mundo, Essilor, decidió averiguarlo, quizás no por razones totalmente desinteresadas.
En 2012 llegó la respuesta: en todo el mundo, alrededor de 2.500 millones de personas necesitan anteojos y no los tienen. Esa es una cifra sorprendente, pero los expertos consideran que es creíble.
Y es probable que muchas de esas personas que necesitan lentes ni siquiera sepan que los anteojos podrían ayudarlos.
El caso del té
En 2017 un equipo de investigadores examinó la visión de cientos de recolectores de té de 40 años o más en una plantación en Assam, India.
Luego, les dieron un simple par de lentes de lectura de US$10 a la mitad de los que los necesitaban.
Finalmente, compararon la cantidad de té que recogieron los que usaron gafas y los que no.
Aquellos con las gafas recolectaron aproximadamente un 20% más de té. Cuanto mayores eran, más mejoraba su trabajo.
Los recolectores de té son pagados por la cantidad de té que recogen. Antes del estudio, ninguno tenía gafas. Al final, casi ninguno quería devolverlos.
Es difícil decir cuánto podemos extrapolar de este estudio: recolectar hojas de té es un trabajo que se beneficia más de la agudeza visual que otros empleos.
Aún así, hasta las estimaciones conservadoras calculan que las pérdidas económicas debidas a la mala vista es del orden de cientos de miles de millones de dólares y eso es antes de pensar en la calidad de vida de las personas o los niños de edad escolar.
Un experimento aleatorio concluyó que entregarles gafas a los niños podría ser equivalente a darles medio año extra de escolarización.
Y la necesidad está aumentando.
La presbicia o hipermetropía llega con la edad. Pero entre los niños ahora hay una epidemia mundial de miopía.
Los investigadores no están seguros de por qué, aunque puede tener que ver con que los niños pasan menos tiempo al aire libre.
A futuro
Entonces ¿qué se necesitaría paracorregir la visión del mundo?
Claramente, más médicos oftalmológicos ayudarían, cuyo número varía ampliamente de un país a otro.
Grecia, por ejemplo, tiene aproximadamente un oftalmólogo por cada 5.000 personas. En India, es uno por cada 70.000 y en algunos países africanos, uno por millón.
Pero si bien los problemas oculares graves exigen profesionales calificados, otros trabajadores podrían llegar a las personas cuyas necesidades son más fáciles de solucionar.
En Ruanda una organización benéfica capacitó a enfermeras para realizar controles de la vista y, luego, expertos confirmaron que los hicieron bien más del 90% de las veces.
¿Podrían, quizás, los maestros ayudar a identificar a los estudiantes que no ven bien?
Un estudio mostró que sí. Tras apenas un par de horas de capacitación, los maestros de las escuelas en las zonas rurales de China podían detectar a la mayoría de los niños que se beneficiarían con el uso de anteojos.
No debería ser complicado aprovechar la tecnología del siglo XIII.
Uno se pregunta qué pensaría el fraile Giordano de un mundo en el que construimos naves espaciales en realidad aumentada, pero aún no hemos ayudado a un par de miles de millones de personas a corregir sus visiones borrosas de la realidad cotidiana.
Probablemente nos diría en qué deberíamos enfocarnos.
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.