“Cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala soy mejor”, la frase la dijo Mae West, que fue condenada por ‘corromper la moral de la juventud’, pero la podría haber dicho Lilit, la primera vampiresa de la historia. Según una interpretación rabínica del Génesis, Lilit habría sido la primera mujer de Adán, antes de Eva. Sabemos que las mujeres no salen muy bien paradas por lo general en el Antiguo Testamento, y si Eva ya era una figura dudosa por provocar la salida del Paraíso al coger el fruto del Árbol de la ciencia, Lilit se lleva la palma: se la supone la “esposa rebelde” de Adán, que abandona a su marido y el jardín del Edén por sus propios medios.
A día de hoy, Lilit sería una figura de empoderamiento feminista (según los escritos, se negaba a ponerse debajo en las relaciones sexuales con Adán, pues consideraba que ambos eran iguales porque habían surgido a partir del barro) y no una vampiresa fatal, pero la historia no la trató de la mejor forma. La figura en realidad viene de la mitología sumeria y se la consideraba una diosa o fuerza independiente asociada a la oscuridad y temida por los hombres.
Como sucedió con el mito de las sirenas (primero mitad mujer mitad pájaro, después mitad mujer mitad pez), Lilit también acabó siendo representada como mitad serpiente y mitad mujer para mostrar con ello su perfidia. Aparece en el Fausto de Goethe, y Mefistófeles le dice así al protagonista: “Guárdate de su hermosa cabellera, la única gala que luce, cuando con ella atrapa a un joven no le suelta fácilmente”.
“Guárdate de su hermosa cabellera, la única gala que luce, cuando con ella atrapa a un joven no le suelta fácilmente”
El arquetipo de la mujer fatal o vampiresa siempre ha estado presente en la historia. No solo Lilit, otras mujeres bíblicas como Dalila o Salomé, y también en otras culturas o religiones. Clitemnestra en la Antigua Grecia, Tamamo no Mae en Japón (en la mitología, una mujer de increíble belleza que era, en realidad, un peligroso zorro de nueve colas) o las Visha kanya en India, expertas en el uso de venenos y toxinas y que supuestamente recibían entrenamiento para que sus “fluidos corporales se volviesen venenosos y causaran la muerte en aquellos con los que mantenían relaciones sexuales”.
Las mujeres fatales, por lo tanto, coinciden siempre en unir la belleza extrema con la capacidad de convertirse en la perdición de cualquier hombre. Pero aunque existían los arquetipos antiguos, la vampiresa no comenzó a cobrar verdadera fuerza en el imaginario colectivo hasta finales del siglo XIX y principios del XX, gracias a la pintura de artistas como Edvard Munch o Gustav Klimt.
Las Visha kanya indias eran expertas en el uso de venenos y, supuestamente, recibían entrenamiento para que sus “fluidos corporales se volviesen venenosos y causaran la muerte en aquellos con los que mantenían relaciones sexuales”
El pintor noruego llegó a pintar hasta seis versiones diferentes del tema, como muestra su pintura ‘Amor y Dolor (Vampiro)’, en el que aparece una mujer con largos cabellos rojos besando a un hombre en el cuello. Muchos han querido ver en la obra a un hombre siendo torturado por un abrazo, aunque el propio Munch lo negó siempre y aseguró que solo mostraba a una mujer besando a un hombre en el cuello. El tema de la bruja o vampiresa con cabellos pelirrojos también ha sido frecuente en la historia del ser humano, por algún motivo.
El cine, por supuesto, también sirvió para dar forma a la mujer fatal. En los albores del siglo, algunos personajes famosos como Mata Hari ya habían despuntado como esa Dalila real que se había convertido en la perdición de los hombres y había terminado siendo juzgada por sus actos. Probablemente uno de los primer personaje en la gran pantalla que hace honor al término de vampiresa fue Marlene Dietrich en El ángel azul, película expresionista alemana de 1930.
En ella, el protagonista (Emil Jannings) pasa de ser un prestigioso profesor a un payaso de cabaret sumido en la locura, por culpa de una mujer. Una transformación típica de los personajes de Thomas Mann, clásica en la literatura y el cine de la época. Al final la figura del ángel azul se funde con la propia Marlene, que fue en vida un exponente de la vampiresa por antonomasia.
La actriz Theda Bara contaba que era hija de una concubina egipcia y su amante, un artista francés, y que había nacido en pleno Sáhara, incluso que conocía misteriosos rituales mágicos orientales
Y con ella, otras actrices como Theda Bara. Bara, que se llamaba en realidad Theodosia Burr Goodman, había nacido en el barrio judío de Avondale en Cincinnati, sin embargo, los productores supieron explotar su imagen vamp. Le cambiaron el nombre a Theda Bara porque es el anagrama de Arab Death (muerte árabe), y ella contaba que era hija de una concubina egipcia y su amante, un artista francés, y que había nacido en pleno Sáhara, incluso que conocía misteriosos rituales mágicos orientales.
Todo aquello encantó al gran público y ella, que fue terriblemente exitosa durante la época del cine mudo, protagonizó papeles de otras vampiresas anteriores y míticas, como Cleopatra. En la literatura, personajes como la Justine de Lawrence Durrell en El cuarteto de Alejandría expone en un principio a una vampiresa, aunque con el paso de los libros se la dota de complejidad y se van entendiendo mejor sus motivaciones.
Después con la llegada del cine negro en los años 40, la mujer fatal comenzó a afianzarse, aunque con un lado más ‘amistoso’. “Si fuera un rancho me llamarían Tierra de nadie” señala Rita Heyworth haciendo de Gilda. Si en los años 20 estos personajes extraían la vida de sus víctimas mediante la explotación sexual y económica, en un momento en que las flappers comenzaban a florecer en Estados Unidos porque querían quitarse el corsé y emanciparse, en los años 40 la vampiresa acababa, como Mata Hari, siendo juzgada por sus actos. De hecho, el final de la femme fatale suele estar marcado por su propia muerte, derivado de un amor irracional.
El final de la femme fatale suele estar marcado por su propia muerte, derivado de un amor irracional
Al final, es el amor el que castiga a estas mujeres, pero también el que de algún modo las redime. Solo a partir de un amor desmesurado e irracional, ellas pueden recuperar una feminidad necesaria en cualquier mujer de bien. Sus últimos gestos se rigen por la irracionalidad de la pasión y, en ese sentido, están muy alejados tanto en el tiempo como en la forma de Lilit, que como primera mujer libre escapa del Paraíso, dejando atrás a su hombre, y jamás vuelve ni recibe castigo, a diferencia de Adán y Eva. La vampiresa del siglo XX, que todavía sigue representándose en la actualidad aunque con diferencias, solo puede convertirse en una buena mujer o morir por sus actos. Y como dijo Edgar Allan Poe: “La muerte de una mujer hermosa es, sin duda, el tema más poético del mundo”.
“Cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala soy mejor”, la frase la dijo Mae West, que fue condenada por ‘corromper la moral de la juventud’, pero la podría haber dicho Lilit, la primera vampiresa de la historia. Según una interpretación rabínica del Génesis, Lilit habría sido la primera mujer de Adán, antes de Eva. Sabemos que las mujeres no salen muy bien paradas por lo general en el Antiguo Testamento, y si Eva ya era una figura dudosa por provocar la salida del Paraíso al coger el fruto del Árbol de la ciencia, Lilit se lleva la palma: se la supone la “esposa rebelde” de Adán, que abandona a su marido y el jardín del Edén por sus propios medios.