El Banco Central Europeo (BCE) no lo ha tenido fácil en sus 25 años de vida. Desde su nacimiento en 1998, ha tenido que enfrentarse a varias crisis económicas, financieras y políticas que han puesto a prueba su capacidad para proteger el euro y mantener la estabilidad de precios en la zona euro. En este artículo repasaremos brevemente algunos de sus aciertos, desafíos y errores en este cuarto de siglo de historia. Además, nos haremos preguntas pertinentes para el momento: ¿Seguirá subiendo las tasas? ¿O tomarán una pausa? ¿Se encuentra en peligro el sistema bancario?
Ahora bien, Europa es un continente muy diverso, que se puede clasificar de muchas maneras. Una de las formas más tradicionales es la de agrupar a los países según sus grupos étnicos: latinos, germánicos, eslavos, anglosajones y escandinavos. Otra forma es la de considerar las tradiciones religiosas predominantes: protestantes, católicos y ortodoxos. También se puede hacer una distinción entre los países ricos y los pobres. Pero quizás la forma más habitual es la de usar la geografía: el este, el centro y el oeste. Y, sobre todo, el norte y el sur.
Esta última división, de repente, es la más mencionada entre los europeos. Según el imaginario popular, los habitantes del norte son más fríos, trabajadores, prósperos, honestos, directos, rígidos y distantes que los del sur. Por el contrario, los habitantes del sur son más cálidos, divertidos, pobres, perezosos, deshonestos, hospitalarios y libertinos que los del norte. ¿Estereotipos? ¿Prejuicios? ¿Medias verdades?
Claro que Europa no es solo norte y sur. Cada país tiene su propia versión de este cliché. Los ingleses se pelean entre el norte rústico y el sur snob. Los franceses se enfrentan entre los parisinos elitistas y los mediterráneos simpáticos. Y así sucesivamente. Los alemanes, los italianos y los españoles también tienen sus propios estereotipos regionales. Estas divisiones son antiguas y salen a la luz cuando hay problemas políticos o sociales.
La Unión Europea (UE) nació como un proyecto de integración para superar el nacionalismo y la guerra que habían asolado al continente en el siglo XX. Con el liderazgo de Francia y Alemania, la UE fue creciendo hasta involucrar a más de 25 países. Sin embargo, la UE no ha sido un camino de rosas. Ha tenido que afrontar varias crisis económicas, financieras y políticas que han puesto en cuestión su viabilidad y su legitimidad. La crisis económica ha provocado un aumento del desempleo, la desigualdad y la pobreza. La crisis migratoria ha generado tensiones entre los países receptores y los emisores de refugiados. La crisis de seguridad ha evidenciado la falta de una política exterior común ante las amenazas del terrorismo, el Medio Oriente y Rusia. La crisis del Brexit ha supuesto la salida del Reino Unido de la UE, lo que ha debilitado su peso político y económico. La crisis burocrática ha revelado el exceso de normas y regulaciones que dificultan la flexibilidad y la adaptación a las necesidades de cada país.
La burocracia es un problema. La UE creció mucho y muy rápido. Ahora tiene tantas normas y papeleos que a algunos países les cuesta respirar. Los ingleses, por ejemplo, se cansaron de que les dijeran qué hacer desde Bruselas y decidieron irse por su cuenta. Dicen que así tendrán más control y se librarán de esa burocracia “alemanizada”.
El euro es otro tema interesante. El euro es la moneda común de la UE. Tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes. No todos los países tienen la misma economía ni las mismas necesidades. Los alemanes, que son muy ahorradores y ordenados, quieren que todos los demás sean como ellos. Pero los del sur, que son más gastadores y relajados, no están de acuerdo. Quieren tener más libertad para adaptarse a sus circunstancias. Esto ha generado desconfianza y enfado entre unos y otros.
La UE es un proyecto muy noble, pero necesita cambiar. O se reforma pronto y bien, o puede acabar mal.
El Banco Central Europeo (BCE) celebra su 25º aniversario como el guardián del euro, la moneda común de 19 países europeos. En su corta, pero intensa historia, el BCE ha tenido que enfrentarse a varias crisis que han puesto a prueba su capacidad de actuar y su independencia.
Entre sus grandes aciertos se encuentran la respuesta rápida y contundente a la crisis financiera de 2008 y la frase de Mario Draghi en 2012 de que haría “todo lo necesario” para salvar el euro. Entre sus errores se cuentan la subida de tipos de interés en 2011, que agravó la crisis de deuda soberana, y la falta de coordinación con los gobiernos para impulsar el crecimiento y el empleo.
Ahora el BCE se enfrenta al reto de controlar la inflación y apoyar la recuperación tras la pandemia. Al parecer, el banco no ha terminado de subir los tipos de interés, pero está cerca de hacerlo, según ha dicho Fabio Panetta, uno de sus directivos. El italiano cree que hay que ser prudentes y no precipitarse, porque la inflación está muy alta y la economía europea puede entrar en recesión técnica. Además, opina que Europa necesita cambiar su modelo de crecimiento, que depende demasiado de la energía barata y la deslocalización.
Ahora bien, el BCE tiene una misión difícil: mantener la inflación bajo control sin perjudicar el crecimiento económico. Para ello, ha ido subiendo los tipos de interés, que son el precio del dinero, para enfriar la demanda y los precios. Pero esta estrategia tiene un efecto secundario: encarece el coste de las deudas de bancos, familias y empresas, que pueden tener problemas para pagarlas.
El BCE asegura que la inflación está cediendo, pero que aún no se puede bajar la guardia. Y alerta de que las subidas de tipos pueden revelar las fragilidades del sector financiero, que ya vivió momentos dramáticos con el hundimiento de algunos bancos en otros países. Así, el BCE se encuentra en una encrucijada: ¿será capaz de cumplir su mandato sin causar más daños colaterales? ¿Será visto como el salvador o el verdugo de la economía europea?
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