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El libro que asegura que la sed es lo que ha llevado a evolucionar al ser humano

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“¿Y si empezamos a hablar porque teníamos sed? Dice Rousseau que esa duda mía es un despropósito (…), soy del bando de quienes creen que el lenguaje se originó de manera gradual, pero tuvo que haber una chispa que encendiese la primera palabra”. La que escribe es la periodista Virginia Mendoza en su nuevo y muy interesante —¿Ensayo? ¿Novela? Ninguna de las dos parece apropiada del todo, quizás un híbrido sería lo más adecuado—: La sed (Debate), donde analiza la historia del ser humano, que ha estado guiada siempre por esa necesidad de buscar un bien, en la mayoría de las ocasiones, escaso: el agua.

Aunque el libro comienza de manera quijotesca en un lugar de la Mancha, es un análisis antropológico sumamente exhaustivo acerca de la sed y cómo ha marcado a todas las sociedades desde que las primeras civilizaciones recorrieron la Tierra y algunos de sus paisajes más áridos e inhóspitos. Lo hace con un impresionante recorrido por muchos de estos sitios que forman parte de un pasado remoto: desde la salida de África por los primeros hombres a las ciudades babilónicas de Umma y Lagash (que se enfrentaron en la primera guerra de la historia por el agua) o la cuenca del Nilo, por nombrar solo algunos. Porque la autora considera que la sed nos llevó a mirar el cielo, crear dioses a los que rezar para que lloviese (con el riesgo de crear mitos como el diluvio universal) o fundar disciplinas para predecir el agua. Y todo lo hace con una narrativa tan poética (y entrelazado con su historia personal) que no asistimos a un ensayo común.

Mucho se ha teorizado acerca del hambre (pensemos en el noruego Knut Hamsun) y poco sobre la sed, aunque siempre esté presente. Es algo especialmente relevante a día de hoy si recordamos que algunos datos actuales son particularmente preocupantes: el Amazonas está sufriendo una sequía extrema que destruye su fauna acuática; en la Franja de Gaza —según datos de Unicef— algunas familias consumen agua no potable, lo que provoca brotes de enfermedades contagiosas, y, por mencionar algo aún más cercano y que llevamos escuchando estos últimos días, Cataluña se encuentra en una situación especialmente alarmante debido a la sequía.

Buscando agua, buscando la sed

Pero ¿cómo surge en primera instancia hablar de algo tan personal (y relevante en la actualidad) como es la sed? “Escribiendo otro libro”, cuenta Virginia Mendoza a este medio. “Se trataba de Detendrán mi río (Libros del K.O), un libro que protagoniza una mujer que vivió en una huerta hoy inundada por un embalse. Me preguntaba entonces por qué me interesaba tanto ese tema, en el que seguía trabajando en paralelo en un mapa online y en otro libro. Pensaba que no teníamos nada que ver (el personaje y yo) hasta que empezaron a brotar recuerdos de mi infancia en los que la ausencia de agua era una constante. Tomé algunas notas, seguí con los embalses y no le di mucha importancia. Pero esas notas regresaron, fueron tomando forma y, al ver qué estaba escribiendo, una editora —que por cosas de la vida no fue finalmente mi editora— me sugirió que buscara algo que estaba ahí. Sentía que me estaba volviendo loca, hasta el punto de que apagué el móvil y no lo encendí en una semana. Me dediqué a meditar, caminar, leer y me aislé hasta dar con lo que fuera que estaba ahí, sobrevolando y a la vez dentro de mí”.

Portada de ‘La sed’.

Así empezó a tirar del hilo, que ya comenzaba con sus diarios de infancia y en el trabajo de los embalses: “Eso me acabó llevando a conectar a mis abuelos con la ‘abuela’ de la humanidad, a mi madre con la Eva mitocondrial“, cuenta, inspirada. “A san Isidro con rituales de invocación de lluvia de otras partes del mundo, a la guerra del agua —no la antes mencionada entre dos ciudades babilónicas, sino de sus vecinos de Villanueva de la Fuente, en Ciudad Real— con varios motines del pan, que en realidad estaban precedidos por años de sequía… Todo eso en paralelo a una lectura minuciosa del Quijote. Todo en busca de la sed. Y finalmente en paralelo con la elaboración de mi propio árbol genealógico, porque, mientras escribía, encontré la carta de mi tío bisabuelo poco antes de ser fusilado. Condenado ya a muerte, una de sus grandes preocupaciones era la sequía”.

“Encontré la carta de mi tío bisabuelo poco antes de ser fusilado. Condenado a muerte, una de sus grandes preocupaciones era la sequía”

El proceso de documentación le ha llevado, por un lado, a profundizar tanto en sus propias raíces como en los orígenes de la humanidad: “Yo vengo de la antropología social y cultural y en realidad era un tanto ajena a la prehistoria”, admite. “Todo iba hilando de una manera muy extraña, porque yo quería empezar hablando de mi abuelo, que era el encargado de aguas del pueblo, y de la cultura de las motillas (que tenían un santuario solar con enterramientos en mi pueblo), pero precisamente está en la misma loma en la que están los olivos de mi familia, y en los que crecí y en la que apareció un yamnaya —una de las últimas culturas de la Edad de Bronce— que nos ayudó a saber que todos hoy en la Península llevamos esos genes lejanos“.

Para pensar sobre sed hay que tener sed, y, como señalábamos antes, se ha escrito sobre el hambre y no sobre ella pese a ser más mortífera. “Es curioso”, indica la autora. “Puedes morir mucho antes de sed que de sueño o hambre, y aun así está siempre al margen. ¿Por qué? Incluso a menudo quien muere de hambre lo hace porque antes hubo sed en su tierra. Su condición marginal la vi sobre todo en los motines del hambre o del pan, que proliferaron en la Europa cerealística hace no demasiado. Empecé a preparar una cronología de motines del hambre y busqué el tiempo que había hecho en los años previos. Me llevé una sorpresa tras otra porque la mayoría de los que tenía en la lista estaban precedidos por tres o cuatro años de sed. Algo parecido hice con civilizaciones que colapsaron, ciudades que se abandonaron, etc.”.

De hecho, como ella misma indica, se desvió muchas veces del propósito original, y lo que iba a ser “una sed de la España seca” se convirtió en “una sed compartida con mixtecos, bosquimanos, indios y también con amorreos, yamnayas y egipcios. Me interesaba mucho saber cómo otros se enfrentaron a una situación similar y, sobre todo, cuáles eran esos rituales que les permitieron unirse ante la adversidad”.

Pero no solo nos reunimos en torno a la sed, sino también en torno a los diluvios, que también están presentes en muchas civilizaciones: “Sí que he encontrado que muchísimas de ellas tienen como mitos fundacionales una sequía o una inundación, por lo que me parece que nuestro miedo a la sed está tan arraigado como el miedo a morir ahogados aquí o en China. Son dos caras de una misma moneda y se retroalimentan. Por mucho que en un desierto llueva poco, quizá es el lugar en el que más fácil puede darse una inundación. A poco que llueva, una tierra seca y sin vegetación se inunda a toda velocidad”.

“En la Mancha, nuestra gastronomía no se entendería sin la sed porque el olivo, la vid y las gramíneas están muy relacionados con ella”

“Creo que ha influido especialmente en nuestra gastronomía (que a veces trasciende a la mesa). En la Mancha, por ejemplo, nuestra gastronomía tiene una base que no se entendería sin la sed porque el olivo, la vid y las gramíneas están muy relacionados con ella por su capacidad para soportar condiciones especialmente duras. Esa tríada, unida al tocino, conforma el estribillo de la jota manchega más famosa, que bailaba de pequeña con el grupo de coros y danzas que teníamos en el pueblo junto con otras sobre la vendimia. Hasta tenemos un plato para el día de lluvia. En los días lluviosos en los pueblos manchegos se suele decir ‘vaya día de gachas hace’. Y las gachas creo que muestran mucho de esa idiosincrasia unida, de paso, a la sed, porque se siguen comiendo en la misma sartén, así que hay una especie de comunión en torno a la comida y concretamente una que se asocia a la lluvia. Comer gachas en la Mancha es como celebrar la lluvia con los tuyos“, añade.

PREGUNTA. Has tenido que documentarte muchísimo para escribir el libro. De todo lo que aprendiste, ¿qué es lo que más te llamó la atención?

RESPUESTA. Todo. Cuando terminé el libro, me quedó un vacío, pero lo llené pronto porque me empujó a seguir formándome en antropología histórica. Y en eso estoy, con muchísimas ganas de saber más sobre aquella gente que vivió hace tanto y que enfrentó situaciones en cierto modo parecidas a las nuestras. Así que te diría que lo que más me sorprendió fue todo lo relativo a la prehistoria. Y más concretamente los neandertales y también el arte rupestre, que eran temas que ya me interesaban, pero que han ido a más, en parte gracias a una frase de la película La excavación. Encontrar un hilo con quienes nos precedieron me parece de lo más fascinante. Ahora, si en un yacimiento aparece una cuerda de esparto, ya no veo la cuerda, sino una persona con la que comparto algo: la sed. Cuando veo un petroglifo de hace miles de años que se ha interpretado como parte de un ritual de invocación de lluvia, veo a mi abuela rezando a san Isidro para que mande lluvia. Y yo no rezo ni soy religiosa, pero, visto desde un enfoque antropológico, me parece bonito que mi abuela le pidiera al cielo lo mismo que esa persona hace miles de años. Nuestros antepasados no son tan distintos a nosotros como parece, e ir encontrando todo lo que compartimos me parece fascinante.

La frase concreta de La Excavación es la siguiente: “Desde la primera huella de una mano humana en la pared de una cueva, somos parte de algo continuo“.

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