David Ortiz no es el padrino de Vladimir Guerrero Jr., es Pedro Martínez, su gran amigo y guía en esos Expos cuando llegó a la Major League en 1996.
Pero a decir por la forma en cómo el hijo del inmortal trata (o maltrata) a los Yanquis, sobre todo en El Bronx, pareciera como si el Big Papi le hubiese pasado los códigos secretos y encargado la encomienda de prolongar el azote que el expelotero comenzó el siglo pasado.
Guerrero Jr., no solo por su parecido físico, por ser dominicano y jugar en la inicial, revive esa preocupación máxima que generaba Ortiz a los aficionados de los Mulos cuando llegaba al plato del emblemático parque en el Alto Manhattan. Solo que del lado derecho de la goma.
El domingo Guerrero Jr., completó 34 partidos en la catedral que en 2008 sustituyó la “construida” por Babe Ruth y ha sido tiempo suficiente para declararlo “enemigo público”.
El porcentaje de slugging de .614 de Guerrero en 34 juegos es el más alto de todos los tiempos en ese parque para un jugador con al menos 100 turnos al bate, según la guía de medios del club. En ese tramo batea para .295, con un porcentaje de embasarse de .354, 12 jonrones, seis dobles, 21 carreras impulsadas y ocho bases por bolas.
Guerrero se desempeña mejor en el hogar de los pinstripe que en cualquier otro lugar. De hecho, produce poder a un ritmo más alto en el Yankee Stadium que cualquier bateador en la historia, incluido Aaron Judge.
¿Cómo iba Ortiz en esos primeros 34 partidos?
Cuando el inmortal jugó por primera vez en el viejo Yankees Stadium, pasó desapercibido, se fue de 4-0, el 25 de abril del 2000, con el uniforme de los Mellizos.
Pero al cumplir el juego 34, el nueve de mayo de 2006, los números se asemejan a los que Guerrero ha puesto desde 2019 a la fecha.
Un recorrido por Baseball-Reference arroja que el Big Papi bateó de 133-43 (.323), con nueve dobles, tres triples, 11 cuadrangulares y 21 carrera impulsadas.
Cuando se retiró en 2016, terminó como uno de los grandes azotes en más de 100 años de historia de la franquicia. En sentido general, en 240 partidos, colocó una línea de .307/.397/.574 en 894 turnos, despachó 53 vuelacercas, con 171 vueltas producidas y 149 anotadas.
Sabor especial
Como si el látigo que convierte el madero desde el home no hiciera suficiente daño, Guerrero Jr., le agrega un ingrediente incendiario cuando se encienden las cámaras y habla sobre la satisfacción, las ganas que siente contra los Yanquis.
Un comportamiento donde se desmarca de su padre, que construyó su nicho en Cooperstown pasando de puntillas ante los micrófonos, pero como un terror ante los lanzadores.
Las tribunas del Yankees Stadium respondieron con abucheos, luego del quinto cuadrangular de la campaña, uno que salió a 112.7 millas por hora.
“Claro que lo escuchas, pero no me van a quitar ese jonrón”, dijo Guerrero sobre los abucheos. “Simplemente voy a continuar corriendo las bases y disfrutarlo”.
Vlady Jr., insiste en que “nunca” firmaría con los Mulos, apela al traductor para que no quede confusión si bien su fluidez en inglés ha crecido tanto como para recientemente ofrecer una entrevista en inglés.
El origen
De acuerdo al diario Toronto Star, la condición “familiar” por rechazar y “hacer daño” a los Yanquis tiene su origen en el rechazo del entonces propietario del club, George Steinbrenner, en 2003 hacia su padre, cuando este llegó a la agencia libre y terminó firmando con los Angelinos, un pacto de siete años y US$70 millones.
En ese mercado, solo Miguel Tejada (US$72 millones por seis años con los Orioles), con un premio MVP y torpedero que podía pegar sobre 30 jonrones y remolcar 100 como argumentos de negociación, consiguió un acuerdo más alto que Guerrero.
En lugar de Guerrero, el Boss optó por fichar ese invierno a Gary Sheffield, a quien dio pacto de tres años y US$39 millones, y a Mike Cameron, US$19.5 MM por tres cursos.