Lamine Yamal ya puede votar

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Lamine Yamal ya puede votar, beber alcohol, conducir Lamborghinis y casarse. También puede comprar mansiones y adoptar mascotas. Acaba de cumplir 18 años y un abanico de placeres, desastres y responsabilidades se abre ante sus ojos. Además, tiene la suerte de inaugurar la mayoría de edad el año en el que el Ministerio de Cultura ofrece de nuevo el Bono Cultural Joven. 400 euros podrá gastarse Lamine Yamal en libros.

¿Qué libros comprará Lamine? Y, sobre todo, ¿qué votará?

Esa es la pregunta que me asaltó cuando vi que el delantero del Barça cumplía dieciocho: ¿qué va a votar en las próximas elecciones generales? Ejercer el derecho a voto será algo más emocionante para Lamine que para cualquier otro joven, pues quizá sea la única cosa que se verá obligado a hacer por sí mismo. No puedes mandar a nadie a que vote por ti.

Lamine recibió los dieciocho con una gran fiesta. “Su equipo” la organizó. Los futbolistas de élite, muy millonarios, muy famosos, excesivamente expuestos, van delegando las cosas de la vida en gente a la que pagan por quitarle problemas. Un millonario no organiza su fiesta de cumpleaños, no elige al DJ. Un futbolista no elige ni la ropa que se pone. No hace la declaración de la renta y no baja a comprar espaguetis. Está todo comisionado y subcontratado, y no llevan ni dinero en el bolsillo, como los Papas.

placeholder Lamine Yamal, en Ibiza este verano. (Gtres)
Lamine Yamal, en Ibiza este verano. (Gtres)

Por eso, la primera molestia que votar le supone a Lamine es que tiene que ir. Tiene que ir él físicamente, ya sea conduciendo su nuevo Bugatti, ya transportado en su nuevo Bugatti por otro. Tiene que saber dónde va, aunque seguramente alguien de su organigrama doméstico lo sabrá por él. Tiene que acordarse de llevar el DNI, no valen los goles de la temporada pasada. Y tiene que acercarse a una mesa, mirar las papeletas, elegir una, meterla en un sobre y hacer cola con ciudadanos que no meten goles para meter –gol fácil– su sobre en una urna de metracrilato, vigilada por un fontanero y una taxista. Es mucho trajín, votar.

Lo primero que podemos pensar es que Lamine Yamal va a pasar de votar porque, sí, es mucho trajín. Sin embargo, quizá le haga ilusión, como a todos cuando cumplimos dieciocho años y nos dejan hacer cosas de mayores. Hay que votar, aunque sólo sea una vez.

Lo primero que podemos pensar es que Lamine Yamal va a pasar de votar porque, sí, es mucho trajín. Sin embargo, quizá le haga ilusión

Lamine Yamal concentra divisivas pulsiones electorales. Primero, es joven, y como todos los jóvenes es natural que le atraiga la izquierda. Cuando eres joven, no sabes nada de la vida, y menos aún si el pan te lo sube otro a casa, así que el ideal progresista fluye por tus venas como champán. Entonces Lamine, con colegio electoral en Barcelona, votará a una formación de izquierdas. ¿A cuál? Nuevamente, la juventud inclina la balanza, y siendo catalán seguramente creerá que su país vive atrapado en la opresión ibérica, de la que debe liberarse. Entonces cogerá la papeleta de la CUP.

Sin embargo, la CUP es tan de izquierdas que sólo la votan señoritos, hijos del textil ancestral, la niña díscola del dueño de media Gerona. Quizá Lamine (segunda faceta de su identidad), se recuerde criado en Mataró, vivido en el barrio, junto a gente que apenas tiene para comer y no digamos para votar a la CUP. De camino a la urna, pensará si no honra mejor su origen votando a los de ERC, que por lo menos saben dónde queda Mataró.

Eso es, votaré a ERC”, se dirá Lamine.

Foto: Lamine Yamal, jugando con España el pasado 8 de junio. (Getty)

La cola (la gente) es larga y, mientras sus guardaespaldas disuaden a los electores de pedirle autógrafos a Lamine, el futbolista se dará cuenta de más cosas. Se dará cuenta de que es millonario. ¿Qué vota un millonario? ¿Qué vota Évole?

¿Qué vota Carvajal?

Entre Évole y Carvajal, considerará Lamine, hay mucho trecho, mucho fútbol, mucho Franco. Lamine no sabe si tiene más que ver con Évole o con Carvajal, aunque es seguro que tiene mucho que ver con Nico Williams. Los dos son jóvenes, exitosos, goleadores y de origen africano. “¿A quién votamos, Nico?”, dirá un wasap de Lamine a Nico enviado en la cola electoral con cuatro papeletas en las manos. “A quién. Estoy hecho un lío”.

Foto: Nico Williams, tras marcar un gol con el Athletic. (EFE/Javier Zorrilla)

Antes de que su propios asesores le dijeran lo que tenía que decir, Nico Williams dijo una vez lo que le dio la gana. “¿Qué le pedirías a Pedro Sánchez?”, le preguntó la prensa tras ganar la Eurocopa. Nico Williams no lo dudó ni un segundo: “Que baje los impuestos”.

Esto, sin duda, le vendrá a la cabeza a Lamine Yamal, que gana dinero pero no sabe muy bien cómo, cuánto, con qué consecuencias. La lección de Nico es que el Estado se lleva la mitad de lo que gana. Es decir, Pedro Sánchez gana lo mismo que él, pero no tiene que ir a entrenar.

¿Quién me baja los impuestos?, pensará Lamine, muy aproximativamente. Él sabe que gana mucho dinero, pero la vida es larga y las mansiones se caen y la ruina siempre es posible. O sea, nunca se gana bastante dinero. Si recibe 15 millones de euros al año, Pedro Sánchez recibe otros 15 millones. A lo mejor el gobierno, el Estado, el fisco podría llevarse sólo 10, y él 20. Por cinco millones de euros, todos votamos lo que haya que votar.

Foto: Javier Tebas, presidente de LaLiga, durante un acto reciente. (EFE) Opinión

Entonces tontea con PP y VOX, en la avaricia de su mente; puede enviar a su ayudante, a su guardaespaldas, al que le ata los cordones de las Nike a la mesa otra vez a coger papeletas del PP y de VOX, no sea que estemos votando a lo tonto.

Pero un gran poder supone una gran responsabilidad, y ahora Lamine no es un millonario del montón, sino un millonario que debe dar ejemplo. La gente se fija en él. Hay cosas que tiene que decir, que hacer, que defender, aunque sea cosméticamente, porque van en el cargo. El modelo, de nuevo, es Nico Williams. Sus asesores, después de escucharle pedir la bajada de impuestos a los ricos, le dijeron que eso sonaba mal, y que no era lo que la sociedad se esperaba de él. Lo que la sociedad esperaba de él era la lucha contra el racismo. Nico Williams es negro, así que debe denunciar el racismo todo el tiempo. Es así de obvia la sociedad.

Lo más probable es que Nico Williams ni se acuerde de que es negro, con todo el dinero que tiene. Ya dijo hace tiempo un boxeador: “Yo una vez fui negro, cuando era pobre”.

Un gran poder supone una gran responsabilidad, y ahora Lamine no es un millonario del montón, sino un millonario que debe dar ejemplo

Si Nico Williams empezó a decir lo que se esperaba de él, Lamine tiene que hacer lo mismo. Él es de origen marroquí, con madre guineana, y por ahí tiene que enhebrar su imagen pública, su discurso y su voto. Así que Lamine Yamal, inspirado en el punto medio de todas las hipocresías sociales, descubre de pronto lo que tiene que votar: al PSOE. En la tele salen muchas noticias sobre inmigrantes, hay debate, trifulcas, estigmatización. Su propio padre vino a España ilegalmente, y ahora España es campeona de Europa. Los niños españoles visten camisetas de Lamine Yamal. Quieren ser como él. Así que Lamine sólo puede votar al PSOE, el partido que más se parece a los niños que quieren ser como él.

Otro asunto que le intriga es la prostitución. Ha escuchado que el PSOE la quiere prohibir mientras que sus militantes la suelen frecuentar. En su gran fiesta de cumpleaños, su equipo contrató “chicas de imagen”, tías buenas a tanto el kilo, como se hace normalmente en las fiestas de los deportistas. Hubo equipos de la NBA que llenaban de prostitutas enormes habitaciones de hotel. En general, si tienes mucho éxito en el deporte, son cosas que haces. No esperas a que una chica te llame. Le dices a tu manager, asesor o lo que sea que te abarrote una habitación de chicas guapas.

Así que votar al PSOE es absolutamente lógico, para Lamine. ¿Cómo no vas a votar al PSOE si estás siempre rodeado de chicas jóvenes y guapas que no sabes de dónde han salido? ¿Acaso Ábalos no vota al PSOE?

Foto: Lamine Yamal y Nico Williams en uno de los partidos. (Reuters/Wolfgang Rattay) Opinión

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Y así, con su voto final en la mano, Lamine encara la portería electoral, el balón de oro de la democracia. Su guardaespaldas, cansado de protegerle de la masa, le susurra: “¿Sabes que tu voto vale lo mismo que el de cualquiera?” “¡No me fastidies!”, exclama Lamine. “¿Y para eso vengo?”.

Así que Lamine se aparta de la cola, como cuando dejas tirar un penalti a Morata. Para ir a fallarlo, mejor que lo tire otro.

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