Si nos ataca una epidemia de gripe, usamos todos los medios a nuestro alcance para librarnos de ella. Y evitamos a toda costa el contagio. Pero existe otro contagio de signo contrario. En este caso, son los individuos los que corren abrazándose a alguna trivial y efímera costumbre. Y por costumbre entiendo algo que se hace habitualmente. Piénsese en teñirse las uñas y el pelo. O los tatuajes, esa palabra que quiere decir dibujo en una lejana lengua.
En el idioma ocurren también esos repentinos cambios apareciendo nuevas palabras que se extienden como un virus. Es un sumarse a lo que se constituye en mayoría trasportada por un viento que no se sabe desde dónde sopla. Y no se elige, a no ser que a una elección pasiva se llame elección. Se trata más bien de una obediente sumisión a la poderosa masa. Con el consiguiente miedo de ser excluido si no se copia al dictado de dicha masa.
El resultado es un ejército en donde todos gastan el mismo uniforme. Y a eso se le puede llamar idiotez. No digo idiotismo, puesto que la palabra tiene un significado peyorativo que no es de recibo. La idiotez, sin embargo, consiste en dejarse llevar como en esas fiestas en las que uno es arrastrado por la multitud. Es la actitud de no optar por nada, olvido ridículo de uno mismo. A lo dicho se le pueden poner objeciones, sino reparos.
Que me he puesto muy serio y rígido ante una situación relativamente normal. Que estoy haciendo sociología de barrio. O que hay que comprender que la gente se deje llevar si no hace mal a nadie. Puede ser. Pero he querido recordar que, en tiempos de desolador despiste, tal vez convenga reivindicar la idea de carácter. Pero uno es lo que hace, no lo que le hacen. Y añado que los antes mentados tatuajes parecen ser, y al margen de más sesudas explicaciones, uno de los más claros ejemplos de la imbecilidad de nuestros días.
Convenga reivindicar la idea de carácter. Pero uno es lo que hace, no lo que le hacen
Se pintan los cuerpos como si pertenecieran a los indios comanches. Se graban en la piel las mayores tonterías. Se agrede al cuerpo a costa de la salud. Se banaliza el arte. Se ensalza lo hortera. Se imita no se sabe qué, o se anuncia alguna excentricidad del alma. Pero el tatuaje arrasa por la única razón de que la gente va donde va Vicente. Un triunfo de la masa. Y una derrota de la inteligencia. Así nos va.
Si nos ataca una epidemia de gripe, usamos todos los medios a nuestro alcance para librarnos de ella. Y evitamos a toda costa el contagio. Pero existe otro contagio de signo contrario. En este caso, son los individuos los que corren abrazándose a alguna trivial y efímera costumbre. Y por costumbre entiendo algo que se hace habitualmente. Piénsese en teñirse las uñas y el pelo. O los tatuajes, esa palabra que quiere decir dibujo en una lejana lengua.