La envidia, esa compleja emoción humana, se teje en el entramado de nuestras relaciones interpersonales, dejando a su paso una estela de incomodidad y, a menudo, de conflictos. No es meramente una reacción pasajera ante el éxito ajeno, sino un reflejo profundo de nuestras inseguridades y deseos no cumplidos. A través de sus múltiples manifestaciones, la envidia puede distorsionar la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás, erosionando la confianza y el afecto que son pilares fundamentales de cualquier relación sana.
Ha ocurrido en Río de Janeiro (Brasil). Una mujer se personó en una sucursal bancaria para solicitar la retirada en efectivo de 17.000 reales (unos 3.000 euros al cambio actual), correspondientes a un préstamo a nombre de su tío. Para ello, como es habitual en estos casos, necesitaba la firma de su familiar, al que llevó en silla de ruedas. El problema es que el hombre estaba muerto.