Mata Mosquitos, crónica de un éxodo forzado

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Mata Mosquitos ya no es un problema para el Gobierno ni para quienes pedían, a todo pulmón, la cabeza quienes allí habitaban. Hoy solo quedan escombros, bloques de cemento hechos añicos, pedazos de cinc retorcidos y el lamento de decenas de familias, haitianas y dominicanas, que perdieron en un santiamén lo construido durante décadas.

El éxodo fue súbito. De golpe y porrazo, hombres, mujeres y niños abandonaron sus hogares, arrastrando bultos improvisados con lo poco que pudieron salvar. La presión social, desatada como una tormenta, no dio margen para el consuelo ni la resistencia.

Pies descalzos dejaron huellas en el polvo, describiendo el desconsuelo de padres que cargaban a sus hijos rumbo a ninguna parte, mientras hombres y mujeres arrastraban colchones desgarrados, ollas oxidadas y bolsitas plásticas donde apenas cabía una vida entera.

No hubo tiempo para llorar ni para despedidas. En Mata Mosquitos, todo se vino abajo antes de que la rabia de la calle tocara sus puertas.

Lo que quedó atrás fueron ruinas: paredes que alguna vez abrigaron risas y temores, techos de cinc que resistieron tormentas, cocinas donde el hambre era un visitante habitual, pero nunca definitivo. Ahora todo yace bajo el sol ardiente, convertido en escombros sin dueño.

Los vecinos, haitianos en su mayoría pero también dominicanos pobres, entendieron que su tiempo había terminado cuando vieron llegar pelotones armados de las Fuerzas Armadas, dispuestos a cumplir órdenes explícitas del Gobierno. Algunos intentaron negociar; otros simplemente huyeron, conscientes de que nadie escucharía su clamor.

La urgencia de la marcha realizada en el Hoyo de Friusa —a escasos minutos de allí— fue el detonante. El Gobierno, acorralado por el clamor popular, actuó con una rapidez inusitada: operativos, redadas, demolición.

Mata Mosquitos cayó, no por la fuerza de las armas, sino por el peso de una sociedad que exigía acciones inmediatas frente a la presencia de inmigrantes indocumentados. Los que partieron lo hicieron sin despedidas, dejando atrás, más que pertenencias, sus historias, miedos y esperanzas.

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Los escombros que quedaban ayer en Matamosquitos. (OSCAR QUEZADA)

La marcha que agitó las aguas

El 30 de marzo, cientos de personas se congregaron en el Hoyo de Friusa, portando banderas y pancartas. La manifestación, organizada por grupos nacionalistas como la Antigua Orden Dominicana, denunciaba la supuesta indiferencia de las autoridades ante el “desbordamiento haitiano” en la zona turística de Bávaro, Verón y Punta Cana.

La presión fue tal que la protesta local escaló rápidamente a un tema de debate nacional. En la narrativa de muchos manifestantes, Mata Mosquitos se convirtió en el símbolo de un “descontrol” que había que corregir.

Aunque inicialmente las autoridades apelaron a la prudencia, los acontecimientos posteriores demostraron que la semilla del cambio había sido plantada.

Tras la marcha, el Estado no tardó en actuar. La Dirección General de Migración, con apoyo del Ejército y la Policía Nacional, desplegó operativos de control migratorio. Los resultados fueron visibles en cuestión de horas: detenciones masivas, casas derribadas y familias dispersas, incluso aquellas con documentación regular, aunque algunos detenidos fueron luego liberados.

Desde el Gobierno se justificó la acción como una defensa de la soberanía nacional y el cumplimiento de la ley migratoria. “Estamos obligados a preservar el orden y hacer respetar nuestras normas”, señalaron portavoces oficiales.

Sin embargo, no faltaron las voces críticas. Organismos de derechos humanos denunciaron la falta de protocolos humanitarios en los desalojos y la destrucción de viviendas sin órdenes judiciales. Para ellos, Mata Mosquitos no fue solo un operativo migratorio, sino una muestra de las fisuras profundas en el manejo de la migración en República Dominicana.

Mata Mosquitos ya no existe como se conocía. Lo que permanece es un paisaje mudo que habla, con cada pared rota y cada lata oxidada, del precio de los silencios acumulados y de las decisiones tomadas bajo presión.

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